La corrupción, junto con el paro, es una de las principales preocupaciones de los españoles. Es una lacra profunda que socava los cimientos de la convivencia democrática de cualquier sociedad. La corrupción es uno de los factores que conducen a la fragilidad de los Estados. Cuando los ciudadanos dejan de confiar en sus gobernantes e instituciones fundamentales, tanto públicas como privadas, la democracia está en peligro.

No es un alarmismo injustificado, no es crear desanimo, ni provocar desasosiego, no es fomentar actitudes anti sistema, no, no es eso. Es simplemente un ejercicio de realismo y una reflexión para evitar las nefastas consecuencias de la corrupción. La corrupción es violencia estructural, una violencia que afecta a toda la sociedad en un doble sentido: de una parte, por el gran perjuicio económico inmediato de todos para beneficio de unos pocos; de otra, por la desmoralización de las personas que actúan honradamente y ven como unos malhechores se enriquecen a su costa.

Cuando los ciudadanos dejan de confiar en sus gobernantes e instituciones fundamentales, la democracia está en peligro

Conviene recordar que la violencia estructural es una de las principales causa de la violencia directa: la violencia física. Los estados frágiles son más propensos a este tipo de violencia directa que los estados que disponen de mecanismos capaces de detectar y castigar la corrupción al nivel que se dé, y sea quien sea quien la produzca.

La corrupción tiene varios actores: corruptores, corruptos y colaboradores. Normalmente sólo se habla de los dos primeros, de los que su papel en este fenómeno es muy claro y perfectamente identificable. Sin embargo, quisiera incidir en el tercer grupo, los colaboradores, tan necesarios como los anteriores para que la corrupción pueda sobrevivir hasta perpetuarse.

Entre los colaboradores están los interesados, los que sacan algún beneficio de la corrupción, casi se podrían considerar dentro del grupo de los corruptos, aunque sus beneficios sean mínimos. Dentro de estos interesados están aquellos que sabiendo que existe la corrupción y conociendo quienes son los corruptos, los dejan obrar de manera ilícita por complacencia, para no molestar y así conseguir su beneplácito y sus favores, en forma de ayudas económicas directas o a través de ascenso a puestos mejor remunerados.

Pero, también hay colaboradores que lo son por afinidad ideológica, partidista o corporativa. Es posible hasta que sean bien intencionados. Pueden llegar a pensar que ninguno de de los “suyos” es capaz de cometer semejantes tropelías, que las acusaciones de corrupción contra sus afines o compañeros son producto de conspiraciones provocadas desde aquellos que no piensan como ellos o pertenecen a otros sectores sociales.

«Hay colaboradores que lo son por afinidad ideológica, partidista o corporativa»

A este último grupo de colaboradores va dirigida especialmente esta reflexión, porque sin apoyo social la corrupción se desmantela. No se trata de renunciar a ideales, lo que se pretende es precisamente exigir a aquellos que comparte nuestros ideales una mayor honestidad. Abandonar el aplauso incondicional por la crítica constructiva, por la denuncia de corruptores y corruptos. Sin colaboradores la corrupción no tiene futuro.