Por lo visto, el planeta pasa por una época dorada: las superficies verdes del planeta han aumentado un 10%, el plástico que iba a tardar miles de años en desaparecer está sirviendo de alimento a seres vivos que han evolucionado ya para consumirlo y las especies en peligro de extinción nunca habían tenido tantas posibilidades de vivir eternamente. Son buenos tiempos para el planeta.

Y eso que vivimos bajo una especie de inquisición del clima, en la que cualquiera que afirme que el planeta no está en peligro o que no necesita nuestra protección es señalado con el dedo y tachado de irresponsable y se le amenaza con un documental de Al Gore o una encíclica del Papa Francisco, lo que quede más a mano. Pero lo cierto es que al planeta, mal que nos pese, le importa bastante poco lo que le podamos hacer.

De hecho, con el CO2 que tanto nos preocupa el planeta se está poniendo las botas: las plantas, que emplean CO2 para obtener energía del sol y regurgitan oxígeno, están produciendo más energía fotosintética y gracias a ello se reproducen más rápidamente, lo cual acelera su ritmo de absorción de CO2. Cuanto más CO2 generemos, más rápido lo devorará el planeta. Así que tranquilos, dentro de 100 años el planeta será más verde y menos desértico y el CO2 que hayamos echado a la atmósfera se habrá convertido en hermosas flores y rico oxígeno.

El plástico, ese malvado producto del hombre que la tierra iba a ser incapaz de degradar y que tardaría miles de años en desaparecer, ya está sirviendo de alimento a bacterias japonesas y a gusanos de cera, menos de 100 años después de que hayamos empezado a emplearlo masivamente.

Estos animales son los primeros, pero no serán los únicos, que han aprovechado la abundancia de un nuevo material para evolucionar de forma que sus cuerpos puedan asimilarlo y emplearlo como alimento y energía. Así que tranquilos, dentro de 100 años el plástico será tan biodegradable como una hoja de árbol.

Las especies se extinguen ahora como se han extinguido a lo largo de la historia miles de millones de especies y lo seguirán haciendo siempre, porque las especies o se extinguen o evolucionan, pero siempre desaparecen.

Sin embargo, las especies que hoy pueblan la tierra gracias al hombre tienen más posibilidades de sobrevivir a los próximos 1.000 años que ninguna otra en toda la historia del planeta. Hemos creado la bóveda de Svalbard para conservar todas las especies de plantas de cultivo, ya somos capaces de conservar para el futuro sus genes, y tan pronto como dominemos el arte de la clonación (que esperemos dé comienzo con la esperada clonación del mamut) podremos garantizar la superviviencia de todas las especies del planeta más de lo que ningún Plan de Conservación ni Reserva Natural podrá jamás conseguir.

Y es que el ser humano no hace (porque no puede hacer) más que jugar con lo que tiene: la naturaleza. Mezclar cosas, usar una u otra en mayor o menor medida, y experimentar con lo que tiene alrededor. Pero al final, crear lo que se dice crear, no creamos nada.

Y todo lo que hacemos, usamos, tiramos, quemamos, mezclamos y comemos, ha estado aquí siempre, en una forma u otra. Estaba cuando el meteorito acabó con los dinosaurios, estaba cuando un supervolcán en Siberia extinguió al 95% de las especies y seguirá estando cuando el ser humano se extinga. Porque el ser humano se extinguirá, sí, tarde o temprano.

O evolucionará en formas diferentes, quién sabe. A fin de cuentas, el ser humano es parte de la naturaleza. Es, de hecho, su mayor triunfo, el gran éxito de la evolución. Somos, en virtud de nuestra inteligencia, el ser vivo más avanzado que nuestro planeta ha logrado conseguir.

Puede que sea hora de olvidarnos de dar protección a un planeta que no la necesita y seguir haciendo lo que nos ha hecho llegar hasta aquí: observar, experimentar y descubrir; olvidarnos de los documentales y darnos cuenta de que el planeta nos necesita, sí, pero no para que lo protejamos, sino para que lo conquistemos. Que para eso nos ha hecho venir.