Yo no sé qué ha pasado, de verdad, con lo del ser complejo. Quiero decir que hay gente más simple que el mecanismo de un chupete y son jodidamente insoportables. “Cada uno es como es”, me dicen como para darme ibuprofeno. A mí ese antiinflamatorio no me funciona: vamos ya por un nivel de sociedad que, de tan individualista y deshilachada, es capaz de tolerar las actitudes más inaguantables. ¿Cuándo dejamos de necesitar soportarnos?

Cada vez me cuesta más superar ciertas barreras y no es cuestión de edad sino de haber aprendido a estar solo y, todavía mejor, a saber con quién no quiero estar. “No siempre se puede elegir”. De acuerdo. Voy logrando, como un milagro, mi isla de confort arriesgado, veraz y sincero. Escucho cosas.

Pongo en el mismo plano mis mentiras y las del resto: igual de tiernas, igual de míseras. A las de los demás no contesto, asiento, brindo por ellas, porque lleguen a un día más en el calendario. Todo eso nos acabará destruyendo pero que la derrota, al menos, sea nuestra.

Quiero decir que intento colaborar con que el mundo sea un poco más fácil, aunque sea en la mínima escala de mis relaciones sociales, de mis seres queridos. Cada vez hay menos gente a la que le digo lo que realmente pienso y de eso me salva el humor o una habilidad para cambiar de tema de la que yo mismo me asombro.

Por eso valoro tanto tener alguien cerca que me descubra por amor mis miserias, que yo pueda descubrir las suyas. Es un ejercicio de generosidad inmensa lo de correr ese riesgo y después sonreír y aceptarte simple, desnuda, como yo te veo y dejo que me veas.