Érase una vez una tierra rica y próspera llena de bien nacidos emprendedores y bien llegados necesitados y comprometidos.

Era tan deliciosa y atrayente esa tierra que en muchas de sus villas costeras solían morar temporalmente amables familias del otrora Reino de Aragón.

Todo discurría como siempre había transcurrido tanto en dictadura evidente como en democracia aparente: los ricos mandaban y mangoneaban a la sombra de franquito, pujolito o el enanito de turno; los trabajadores fundían sus vidas añorando llegar a alcanzar lo que nunca les permitirían ni soñar; y los delincuentes de siempre, junto a delincuentes hijos de algunos de los ricos de siempre, se entretenían coincidiendo en ese hippiepijismo convergente de los extremos (y nunca mejor dicho lo de convergente).

Pero como la avaricia rompe el saco, algunos pocholets y sus papaítos robaron más polvorones de los que les cabían en la boca, y empezaron a llamar la atención de la justicia que, lenta pero segura y decente en su mayoría, estrechó el cerco sobre el espectáculo del circo de 3% pistas, y de las abarrotadas gradas de mansos espectadores consentidores o cómplices.

«Empezaron a llamar la atención de la justicia que, lenta pero segura y decente en su mayoría, estrechó el cerco sobre el espectáculo del circo de 3% pistas»

Y como a grandes males grandes remedios, en un alarde de valentía o temeridad decidieron hacerse dueños del circo en vez de seguir siendo sólo jefes de pista; para poder impúnemente convertir en gatito domesticado a cualquier fiera, periódico, juez o institución que se pusiera en su camino y osase mostrarles la merecida senda hacia su propia jaula.

Pero como estos expertos de tirar la piedra y esconder la mano tenían que conseguir su propósito sin que pareciera evidente que fuera su propósito, decidieron empoderar a los que ellos consideraban tontos útiles del perroflautismo y la ocupación.

Pero mira por dónde los tontos no eran tan tontos, y tras empezar a disfrutar el brillo del oropel y la pela de la mamandurria decidieron querer más y más, y que ya nunca parase la fiesta. Y así, entre unos y otros, se precipitó la estampida de la manada.

Y al pie de esos caballos o asnos o borricos de adhesivo de coche, una sociedad irreconocible en su abulia y capacidad de ser engañada y manipulada.
Una suma de egoísmos y bajos instintos, de maniqueismo y adoctrinamiento tribal impropio e inesperado; pero desgraciadamente reales y crecientes.

Y también, y por encima de todo en dignidad y valor, otra parte de la sociedad vejada y maltratada, escrachada y estorsionada, a la que le pretenden negar su condición y sus derechos.

«Otra parte de la sociedad vejada y maltratada, escrachada y estorsionada, a la que le pretenden negar su condición y sus derechos»

Y así es como se formó el magma de lo que llamán el prucés: una cadena humana de desdichados que se tienen todos agarrados entre sí por sus partes más impúdicas; mientras exhiben sin pudor un barriobajerismo, incultura e insolencia perfectamente reconocible en todos los golpismos contemporáneos.

Eso sí, teniendo la desvergüenza de llamarnos fascistas a todos los demás.