A Soraya Sáenz de Santamaría se le ha visto en las últimas horas especialmente cabreada a raíz de la deriva que ha tomado el esperpento catalán. Una actitud fruto de la indignación o de la rabia que todos compartimos ante la impunidad, la chulería y el desahogo con que actúan los golpistas, a la hora de mearse en la piscina desde el trampolín.

Es un cabreo -y se nota en su expresión- propio de quien se siente dolido, engañado y traicionado en el plano personal. No en vano, la vicepresidenta del Gobierno era la encargada de tender puentes entre ‘Madrit’ y Barcelona, con el loable fin de evitar lo que al final no han podido o no han sabido evitar, lo cual no significa que no fuera inevitable.

El caso es que hubo momentos impagables durante estos meses en los que el ‘buen rollito’ pareció funcionar. Se diría incluso que había química entre Junqueras y su homóloga en la capital. Quién puede olvidar la entrañable secuencia, con el rey por testigo, de las manos de Oriol, sujetando cariñosamente a Soraya por los hombros, en la inauguración del último Mobile World Congress.

Soraya Sáenz de Santamaría, junto con Oriol Junqueras / H.A

Entiendo el enfado de la ‘vice’: ¿cómo pudiste hacerme esto a mí? -que diría Alaska-, después de andar a caballo aéreo -una vez a la semana y dos si era menester- entre Moncloa y el despacho abierto en Barcelona, con la esperanza de que el hijo pródigo volviera pronto a casa, a base de mimos, y por supuesto, a golpe de talonario.

Lástima que sobrevolando las parameras de Molina de Aragón, no le diera a la ‘vice’ por releer esa fábula de la rana que cruza el río a lomos de un escorpión, que, aun sabiendo que se ahogará con ella, acaba picando al anfibio, porque esa es su naturaleza.

Y entretanto, el resto de la familia -los que no amenazamos; los que tragamos con lo que Montoro nos eche sin rechistar, y no sólo no renegamos de España, sino que encima nos proclamamos orgullosos de nuestra condición- hemos estado a verlas venir, mientras sufríamos una vez más el poco aprecio -por no decir desprecio- y el secular agravio que padecen quienes, como no lloran, o son pocos a la hora de llorar, al final no maman.

¡Pobre Soraya! Ni agradecida, ni pagada. Cómo es posible -se preguntará- que después de tantos esfuerzos y desvelos -tendiendo la mano e incluso el brazo-, dejándoles exprimir hasta la cáscara el Fondo de Liquidez Autonómica, Oriol y los suyos la hayan apuñalado por la espalda de forma tan vil.

Qué manera tan brusca de descubrir que Anna Gabriel no es Marta Ferrusola y que con los herederos de Pujol ya no basta con aflojar la mosca o hablar catalán en la intimidad.