Estos días es imposible abstraerse del ruido mediático de las noticias desde Cataluña. Me había propuesto no aportar más ruido al debate en esta columna, pero resulta complicado.

No pretendo entrar a debatir sobre leyes, legitimidad, qué es la democracia o hasta dónde deben llegar las garantías y procedimientos aplicados para garantizarla. Es tan abrumador estar contra la desobediencia institucional que admite poca discusión razonable, salvo el victimismo de quienes ven agravios en sus privilegios.

Quería hablar de otro tema. Todo lo que está pasando podría resumirse en este tuit de Lucía Taboada: “Somos el Netflix de Julian Assange”. Y, a medida que pasan los días, tengo la sensación que todo este sainete está pactado desde hace tiempo, por ambas partes.

«Es tan abrumador estar contra la desobediencia institucional que admite poca discusión razonable, salvo el victimismo de quienes ven agravios en sus privilegios»

No puede ser casualidad que apenas haya aparecido en algún titular que la Fiscalía Anticorrupción anunciaba estos días que mantiene la petición de condena al Partido Popular por lucrarse de la trama corrupta de la Gürtel.

O las diferentes diligencias del ‘caso Palau’ y del ‘Caso tres por ciento’ sobre la financiación ilegal de CDC (ahora, PDeCat). O que la UCO haya presentado estos días un nuevo informe sobre financiación ilegal del PP madrileño a través de la ‘Operación Púnica’. Por no hablar el ‘Caso Pujol’ y sus cuentas en Andorra.

Prácticamente todas ellas ocuparían portadas de actualidad, pero el foco de atención está en otro lugar. Escándalos suficientemente graves para ser denunciados en los medios de comunicación y para tomar medidas democráticas excepcionales, ocultos tras una cortina de humo.

Algunas élites de un pueblo próspero, integrado en una democracia abierta y europea, se inventan un falso problema que pone en peligro la concordia y la convivencia. La burguesía catalana vió una oportunidad de matar dos pájaros de un tiro, han intentado aprovecharla y se les ha ido de las manos.

«Escándalos suficientemente graves para ser denunciados en los medios de comunicación y para tomar medidas democráticas excepcionales, ocultos tras una cortina de humo»

Parece que han decidido dejar de aportar a la caja común y apostar fuerte por su independencia, quizá cuando perciben que su influencia puede entrar en decadencia. Un órdago imprudente que veremos dónde nos lleva, consecuencias de apelar en exceso a las gónadas del personal.

Y, lo que es peor, no se abordan los verdaderos problemas de la ciudadanía. Hablar de cómo vamos a conseguir lidiar con unas tasas de desempleo juvenil inaceptables, de afrontar los retos de la política energética, de sostenimiento de las pensiones, de mejorar la gestión de las prestaciones sociales o de la dependencia, de apoyar la innovación de nuestras empresas, de mejorar el servicio de las administraciones públicas, de adaptar la educación a las nuevas realidades…

Ejemplos de problemas importantes que impactan en la vida de millones de personas y necesitan de planteamientos desde la política. Es lo que ocurre cuando nos saltamos las más mínimas reglas del derecho y el entendimiento: todo resulta poco menos que una obra de teatro.

Decía Wilde que las obras de teatro no deben ser muy extensas porque, si se alargan demasiado, las comedias acaban en tragedia y las tragedias terminan dando risa. Ojalá esta obra no llegue demasiado lejos y acabe en un tragedia social irreparable. Debo confesar que no soy nada optimista.