Cada mañana camino hacia el trabajo. Lo hago por las calles de un barrio tradicionalmente de izquierdas. Concretamente, unas calles donde, desde 1977 la izquierda ha ganado en todas y cada una de las convocatorias electorales que se han celebrado. La mayor parte de las veces, fue el PSOE quien ganó, pero incluso cuando no lo hizo (en 2015) lo hizo Zaragoza en Común o Podemos.

Últimamente, en esas calles han florecido en ventanas y balcones, decenas de banderas españolas, alguna vez acompañadas de banderas de Aragón. Se trata de algo bastante insólito y que en sus dimensiones ni siquiera se puede comparar con cualquier evento deportivo histórico.

Este fenómeno, reactivo a la crisis catalana, pone de manifiesto el nivel de error en el que la una parte de la izquierda cae a menudo en relación con la idea de España y particularmente la relación con sus símbolos.

Una relación que arrastra el trauma de identificar esos símbolos, fundamentalmente la bandera, con el régimen franquista. Pero sobre todo un trauma que afecta, en exclusiva, a las élites de algunas fuerzas de izquierda y no a sus bases como demuestran los balcones de mi barrio.

El trauma de identificar esos símbolos con el régimen franquista afecta a algunas fuerzas de izquierda y no a sus bases como demuestran los balcones de mi barrio

La agitación de banderas no es un buen síntoma. La excitación de un nacionalismo suele implicar la excitación de otro antagónico y eso suele acabar mal. Pero, se equivoca la izquierda que, como Podemos, asume sin rechistar todos los marcos de referencia del nacionalismo periférico (derecho a decidir, reclamación de soberanía…).

Pero también se equivocará la otra izquierda que no asume esos marcos, si cede la idea de España y la exclusividad de sus símbolos a la derecha.

La izquierda debe perder viejos complejos y construir un marco de patriotismo constitucional que ensalce la España que hemos construido en estos 40 años y que nada tiene que ver con aquella de la leyenda negra, ni con el oscuro túnel del franquismo.

La excitación de un nacionalismo suele implicar la excitación de otro antagónico y eso suele acabar mal

La España líder en trasplantes, que universalizó la educación y la sanidad, que se integró en Europa, que es vanguardia de los derechos libertades civiles o que ha soportado la crisis manteniendo servicios públicos y niveles de cobertura social altísimos, es una España que podemos y debemos reivindicar, frente al nacionalismo periférico insolidario y también frente a la visión rala de España en la que a menudo cae la derecha.