Pocas cosas hay en la política más nocivas que el nacionalismo. Aunque algunos se estén desayunando ahora, el alcance histórico e histérico de su perversión no es ninguna novedad.

El objetivo reducido y localista del bien común es dañino hasta en su versión pseudo, que es la dimensión que le doy al aragonesismo. Un nacionalismo más humilde, algunos dirían que de provincias: un pseudo-nacionalismo.

Ni en los tiempos del respetable Hipólito Gómez de las Roces la cosa me convenció. Ni cuando queríamos conseguir que nos admitieran en el club de las comunidades más históricas que supuso aquella bifurcación de los artículos 151 y 143 de la naciente Constitución.

Sí, queridos niños políticos, estimados adanes: hubo vida política, y mejor que la actual, cuando vosotros ni estabais (ahora estáis, aunque la mayoría ni sois).

La evolución del PAR con erre de regionalista al PAR nacionalista sólo fue el preludio de las siete plagas que nos trajo la larga y lamentable etapa de José Ángel Biel.

Por su parte, CHA tuvo una singular oportunidad que dilapidó con la nefasta gestión de Antonio Gaspar en el Ayuntamiento de Zaragoza (recordemos que la ciudadana Susana Gaspar no es la primera maldición política con tal apellido que ha tenido esta tierra).

«La evolución del PAR con erre de regionalista al PAR nacionalista sólo fue el preludio de las siete plagas que nos trajo la larga y lamentable etapa de José Ángel Biel»

Y ni siquiera el gran Labordeta, con todo su carisma y autenticidad, pudo llegar a engancharnos del todo a la causa del local ismo.

En la actualidad, cuando los mensajes de Pepe Soro habían estado llenos de sensatez frente al desafío secesionista catalán, no ha tardado alguno en sacar los pies del tiesto con el mal llamado derecho de autodeterminación… de los aragoneses en este caso.

Sólo me atrae, o me atraería, un aragonesismo que fuera una herramienta o corriente política para combatir la desigualdad de unas comunidades en relación a otras.

Una forma de estar unidos frente al desequilibrio supremacista de otros, como una suerte de políticos sin fronteras que se baten por servir a los ciudadanos de los territorios más menesterosos en este monopoly social de nuestra España.

Me apuntaría a un aragonesismo que fuera como una nodriza que; satisfecha, henchida de orgullo y con suma discreción, se alejara del niño bien crecido que ya tiene dientes para comer bocadillos y hace daño si continúa tomando del pecho.

Pero eso sería una quimera; porque nadie es nacionalista, completo o pseudo, con la intención de igualarse desde abajo sino para despegarse por arriba. Y eso en el mejor de los casos. Porque en el peor, el nacionalismo no es más que un modelo de vida política trapichera y chantajista.

¿Qué por qué me ha dado hoy por aburrirles con este tema? Porque se aproxima una reforma de la Constitución tras el pacto que el PSOE sacó al PP a cambio del consenso para la aplicación del 155 en Cataluña.

«El nacionalismo no es más que un modelo de vida política trapichera y chantajista»

Y porque ya hay voces a nuestro alrededor que apuntan hacia la búsqueda del consenso en Aragón respecto de las posiciones ante la reforma.

Los consensos son buenos o malos dependiendo de para qué. El bueno sería en este caso el acuerdo que abogara por impulsar una reforma que evitase que hubiera, como en la actualidad, ciudadanos de segunda por razones de territorio (por ninguna razón debería haberlos).

Pero me temo que los tiros irán por lo contrario, por donde siempre se disparan en el mundo: para que haya ricos más ricos y pobres más pobres.

Así que aragonesismo ni para eso. Ni nacionalismo ni pseudo.

Y si alguien se pregunta dónde puede hacer algo por su tierra, que recuerde que siempre habrá brazos abiertos en alguna de las silenciadas plataformas de derechos ciudadanos, en la ignorada militancia civil.

Y más en Aragón, donde nunca nos faltarán espacios de necesidad y dignidad; donde nunca nos sobrarán los Teruel Existe.