La sociedad es demasiado lenta reduciendo la evidente discriminación que sufre la mujer.

Proteger a las mujeres del ancestral primitivismo masculino, que aprovecha su habitual superioridad física, requiere de un laborioso y perseverante ejercicio de ética y educación.

La simpleza de la condición sexual masculina es una realidad que contrasta con la más compleja y desarrollada condición sexual femenina.


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Todo lo anterior es desgraciada materia prima para que, todavía con demasiada asiduidad, un individuo o manada de repugnante casquería podrida humana destroce a una víctima, y remueva el espíritu de solidaridad de los seres humanos buenos.

Pero no podemos permitirnos, ni como individuos ni como sociedad, justificar o cerrar los ojos ante el dantesco espectáculo de otras manadas que estos días han arrollado la racionalidad y la decencia más básicas.

Manadas que, lejos de contribuir en la buena dirección, nos alejan del riguroso diagnóstico y el acertado tratamiento que tanto se requiere.

La sociedad es demasiado lenta reduciendo la evidente discriminación que sufre la mujer.

Está la manada de los que, sin noción alguna de leyes o garantías procesales y no habiendo asistido al juicio oral ni visto prueba alguna, sentencian categóricamente.

Muchos de ellos son los mismos que suelen ver penalti en área ajena ante la misma jugada que no es nada en campo de su equipo.

Los mismos que exhiben doctos conocimientos de barra de bar sobre esgrima, halterofilia o saltos de trampolín en esos días de fugaz gloria olímpica de estos nobles deportes.

Muchos de ellos en cobarde o cómodo anonimato en redes sociales, trufados de inconsistencia intelectual, o con vergonzosos prejuicios o conveniencia argumental en función de si un procesado es inmigrante, guardia civil, catalán o cualquier elemento circunstancial.

Da miedo pensar en algún miembro de esta otra manada ejerciendo de jurado popular, o de carne de cañón de cualquier dictador o poderoso influyente con medios para azuzarlo en una dirección de conveniencia.

Está también la manada de los periodistas faltos de la necesaria prudencia y ecuanimidad, que promueven testimonios sesgados y ponen cebos sanguinolentos o salpicados de semen, en crónicas o programas amarillos.

Muchos de ellos son los mismos que, desde sus medios, ejercen diariamente de palanganeros de las diferentes ramas y sectas del poder político.

Y, sobre todo, está la manada de los políticos oportunistas que se suben a cualquier tren que pase en dirección contraria a su responsabilidad o coherencia.

Sí, los mismos políticos que tienen la obligación de legislar y preservar la justicia actualizada de nuestras leyes, y que casi nunca lo hacen cuando y cómo deben.

Los mismos políticos de todos los partidos que se reparten el nombramiento de los órganos que rigen el poder judicial ciscándose en la necesaria separación de poderes.

Esos políticos legisladores son los responsables y únicos culpables de leyes que exceden del necesario garantismo hacia los procesados a costa del escarnio de las víctimas.

«Está la manada de los políticos oportunistas que se suben a cualquier tren»

Y lo más asqueroso de todo, esa manada de políticos que, en un caso u otro, ponen más inquina contra una de las partes en litigio según convenga a la sectaria turba que les vota o jalea.

Creo en la justicia, en la administración de Justicia en España, a pesar de los necesarios ajustes, difíciles, que requerirían que no pudiera juzgarse un delito sexual sin que exista la sensibilidad y el entendimiento de una mujer jueza en el tribunal.

Que no pudiera juzgarse un delito sobre un menor sin la sensibilidad y el entendimiento de jueces en el tribunal que sean padres o madres.

A pesar de la no sé si incomprensible o necesaria realidad de que tres jueces que ven las mismas pruebas puedan llegar a conclusiones dispares, prefiero que juzguen jueces bien formados y honestos en su inmensísima mayoría, aunque puedan sufrir los efectos y defectos de la sociedad en la que viven, que manadas de hooligans o de políticos que sólo han hecho la miserable carrera de chuparle todo a los dirigentes de los partidos que los filtran y toleran.

Y una última reflexión.

¿Se imaginan que los procesados, estos u otros ya condenados por los procesos populares paralelos, hubieran sido inocentes?

¿Se imaginan el clima en el que quedan envueltos los magistrados de instancias superiores a las que unos y otros recurran por exceso o defecto de la sentencia?

Los seres humanos, ya sean los buenos o los malos, somos siempre menos humanos en manada.