¿Qué sería de nosotros si Starbucks no existiera o se llamara de otra manera? ¿Qué seriamos sin el iPhone que nos acompaña hasta en el baño?

¿Nos consideramos tan cool si no existiera Facebook o Twitter?

Cuando voy lanzando estas preguntas a la gente, casi siempre reaccionan de la misma manera. Con miedo en su mirada, imaginándose un mundo sin ellos, y con un ‘tú estás loco, eso nunca pasará’.

Toda marca tiene un nombre. Aunque no todo nombre tiene una marca.


Publicidad


Seamos sinceros, todos hemos hecho lo mismo alguna vez. Nos hemos querido comprar unos Levis porque están de moda. O el abrigo con la bandera de un país nórdico que tanto se veía por nuestras calles.

Hemos querido ir al concierto de tal grupo porque son los que están de moda en esos momentos. O acudir al local de moda, porque allí va todo el mundo ‘guay’.

Lo hemos hecho todos en algún momento de nuestra vida.

Pero, ¿qué pasa con esas marcas de moda? Que la mayoría ya no existen en nuestra vida.

¿Alguien se acuerda de las camisetas de margaritas ‘Gurú’ que todos llevábamos un año?

En la inmadurez nos ha enseñado que no debemos observar y menos preguntar.

Que nuestra obligación es dar por sentado todo lo que veamos, sin preguntarnos: ¿por qué pasa lo que pasa?

Ya que hacerse preguntas es de persona repelente, cotilla o alcahueta.

¿Alguien se acuerda de las camisetas de margaritas ‘Gurú’ que todos llevábamos un año?

Si tapáramos los carteles de Starbucks que tan relucientes están en nuestra ciudad simplemente sería una cafetería más.

Con unos sillones cómodos y una tarta de dulce de leche que te deja los ojos en blanco. Pero sin embargo, sería una cafetería más, con un café caro respecto a su competencia.

¿Pero que la hace diferente a las demás? ¿Su café? ¿Sus tartas?

No, porqué eso se puede fácilmente copiar. Y eso es lo que nos gusta, copiar.

Copiamos los valores de las empresas cool porque así a nosotros nos tomaran por lo mismo.

Copiamos los colores de moda, porque así nosotros seremos iguales que ellos.

«Si tapáramos los carteles de Starbucks que tan relucientes están en nuestra ciudad simplemente sería una cafetería más»

Vamos a las mismas formaciones que los CEO de moda o leemos los libros que nos recomiendan.

O hacemos los mismos logos que las empresas ‘disruptivas’ del otro lado del charco.

Nos preocupamos más por los qué hacer y cómo hacerlo, que por el porqué hacemos lo que hacemos.

Y acaba ocurriendo, que somos uno más.

Se nos llena la boca hablando de disrupción, de innovación, de ser diferentes…

Pero en el fondo nuestro liderazgo se basa en no hacer ruido, en no distinguirnos de los demás.

Porqué nos han dicho que ser diferentes, suele ser perjudicial para nuestra “salud social”.

Starbucks, como otras muchas, no se distinguen por su producto.


Publicidad


Hasta hay gente que no le gusta dicho café, pero siempre están allí. No la diferencian de los demás más que en los vasos nos pongan sonrisas o nos traten por nuestro nombre (que tendría que ser algo normal cuando entramos a un establecimiento).

Sin embargo, son marcas que apelan al instinto de las personas.

Amazon apela al instinto de recolectar productos. Porque cuantos más productos tengas y más diferentes sean, más caché tendrás de cara al exterior. Facebook apela al instinto de pertenencia a un grupo y cuanto más grande mejor.

Y Starbucks tiene el instinto de proporcionarnos placer y seguridad en un mundo lleno de caos y prisas.

A partir de ahí, nacen el porqué hacen lo que hacen (un propósito mayor que ellos), el qué hacen y el cómo lo hacen.

No copian modas. Son ellos la tendencia. No siguen la estela de nadie. Son a ellos a quienes les siguen.

«Starbucks, como otras muchas, no se distinguen por su producto»

No se trata de ‘»pues si a él le ha dado resultado, voy a hacer lo mismo…”.

Eso te llevará a que quizá consigas resultados a corto plazo, y un poco de reconocimiento. Pero nunca llegarás a descubrir, ser y demostrar tu verdadera marca.

Eso que te hace diferente a los demás.

Soñamos con que nuestra marca tenga la mayor valoración de nuestro ámbito profesional, a ser considerados unicornios, pero siguiendo los dictámenes de otros.

Si llegamos a ovejas, ya nos podemos dar por satisfechos.