He oído decir a un destacado dirigente político que el gobierno de Pedro Sánchez es un gobierno muy sólido y de interesantes perfiles.

La opinión en sí no pasaría de ser una más, respetable como cualquier otra, sino fuera porque quien así se ha expresado es el presidente de la Junta de Castilla y Léon, Juan Vicente Herrera, uno de los barones más relevantes del PP; el mismo que en su día, hace ahora tres años, se atrevió a sugerirle a Mariano Rajoy que se mirase en el espejo y se preguntase si debía volver a ser candidato en las siguientes elecciones generales.

Puede que de haber seguido el consejo, que como tal no era más que una pregunta retórica con la respuesta implícita, es probable que el Partido Popular no se estuviera viendo hoy como se tiene que ver.


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Analizar lo que ha ocurrido en los últimos años para que la principal fuerza política española -tanto en votos, como en militantes- se haya desmoronado desde la cúpula y haya tenido que abandonar el gobierno de la nación por la puerta de atrás no es tarea fácil.

Sin embargo, ya de poco o nada sirve llorar sobre la leche derramada.

Lo que hace un tiempo se podría haber resuelto con una actualización, ahora precisa de una reforma urgente, ante la amenaza de desmoronamiento que afecta a todo el edificio, después de que la corrupción haya minado los cimientos, mientras el amo parecía estar a por uvas -quieto en la mata, impasible el ademán- esperando que el paso del tiempo -su sempiterno aliado- jugase a su favor una vez más.

La crisis de los misiles del 62 entre Estados Unidos y Cuba duró 13 días; y 13 días han transcurrido igualmente entre el debate de la moción de tortura y la dimisión de Mariano como presidente del PP.

A él le han abierto la puerta, pero lo que ahora toca en Génova 13 es abrir ventanas.

«El PP precisa de una reforma urgente, ante la amenaza de desmoronamiento que afecta a todo el edificio»

Que corra el aire y que empiecen a calentar por la banda cuanto antes quienes están llamados a regenerar -casi diría refundar- la imagen y el mensaje de un partido, que aún hoy sigue siendo imprescindible para garantizar y mantener el equilibrio de la representación ciudadana en todo el país; también, cómo no, en Aragón, donde la crisis nacional de la formación azul ha hecho mella, disparando en las encuestas la opción alternativa que ha venido ofreciendo Ciudadanos a muchos votantes desencantados del PP.

Puede que a Rivera las prisas por alcanzar la meta soñada de cualquier político le hayan jugado una mala pasada, pero que nadie dude de que seguirá siendo una apuesta segura, si los populares fracasan en su intento de acometer con celeridad esa catarsis radical y necesaria, que le permita sacar de escena -sin concederles siquiera un papel de figurantes a modo de consolación– a quienes puedan recordar en lo más mínimo esa etapa negra para el partido que conviene amortizar y enterrar lo antes posible.


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Empiezo a creer que Pedro Sánchez, precipitando los acontecimientos, a quien ha beneficiado -tanto o más que a él mismo- es al propio PP.

Y si encima España sale indemne de este tsunami, lo cual está por ver, puede que pasado algún tiempo lleguemos a la conclusión de que, también en el camino hacia el asentamiento pleno y definitivo de nuestra democracia, lo que no mata, engorda y te hace más fuerte. O eso dicen.