“La república tomará a su cargo a todas las niñas entre los cinco y los once años y a todos los niños entre los cinco y los doce años. Todos, sin distinción y sin excepción, serán educados en común en internados, en “casas de educación” y, bajo la saludable ley de la igualdad, recibirán la misma ropa, la misma alimentación, la misma instrucción, los mismos cuidados…”.

Robespierre pronunciaba esas palabras ante la Convención y Echenique en Aragón y sus colegas en Asturias, Valencia o Baleares parecen devolvernos a aquella época donde solo los ricos se permitían elegir entre tutores, preceptores, colegios de nobles, collèges, academias, etc, mientras que el “pueblo llano” (hoy clases medias) solo podría optar a su subvencionada escuela local. Todo sea por controlar la educación y los educandos. Leibniz avisaba: “Háganme maestro de enseñanza y me encargo de cambiar la faz del mundo”.

Eso la izquierda lo sabe muy bien, lo sabía Robespierre y lo saben Podemos y el PSOE. La escuela dejó de ser un lugar de instrucción intelectual y laboral para convertirse en centro de adoctrinamiento como explica Jorge Vilches: Lo hicieron los Estados nacionales, como el francés desde 1875, para inculcar, se quisiera o no, los principios republicanos. Lo repitieron las dictaduras en el siglo XX, que convirtieron los colegios en fábricas de patriotas nacionales o proletarios, en pioneritos, en pequeños vigilantes de la verdad oficial. Y a la “Formación del Espíritu Nacional” le sustituyó la “Educación para la Ciudadanía”, y luego “Valores éticos”…

Pero el problema no es el proceso instruir-educar-adoctrinar propio de toda escuela. Los docentes no son robots y consciente o inconscientemente condicionan ideologías y creencias. El problema es que el Estado sustituya a los padres (salvo que el padre sea rico) en elegir el modelo y el ideario (o la ausencia de ideario) para sus hijos. Esto no lo hará abiertamente, claro; lo hará restringiendo la oferta, cerrando aulas, bajando ratios para vaciar lo demandado y llenar lo rechazado. Y lo hará, esto es lo peor, enfrentando a los modelos de escuela. Y es así, escribe Ana Mª Torrijos, como “La enseñanza ha caído en manos del sectarismo político, instrumento ideológico, distorsionador de la convivencia y mordaza de la libertad”.

Echenique y cía. creen pertenecer, como pertenecía Robespierre, a un Comité de Salvación Pública y, con el pretexto de la igualdad, pretenden eliminar a la Escuela concertada; pero esa eliminación, precisamente, es lo que incrementará la desigualdad.

“La enseñanza ha caído en manos del sectarismo político, instrumento ideológico, distorsionador de la convivencia y mordaza de la libertad”

Así, ni libertad ni igualdad. Podemos no quiere Libertad en la Educación y no le importa que eliminado la escuela concertada solo los ricos puedan elegir; su proyecto exige minimizar el riesgo de fuga intelectual, que pueda pensarse de forma distinta, crítica y pluralista; más masa proletaria de ayer, millennials de hoy, votantes de mañana, para su causa; y, al mismo tiempo, engordar el pesebre a algunos agradecidos sindicatos, reserva de mercenarios quintacolumnistas atentos al toque de corneta para la movilización social politizada… Ingeniería social proyectada desde el poder.

Podemos lo tiene claro y el PSOE, ávido de poder para sostenerse, como ya hizo en País Vasco y Cataluña, vende su alma (la educación) a quien le da de comer (nacionalismos entonces, Podemos ahora). Y luego nos hablarán de diálogo y de un gran Pacto para la Educación.