El concejal Alberto Cubero y la consejera Mayte Pérez afirman sentirse maniatados por la Justicia, según leo en HOY ARAGÓN, de la que dicen que actúa con sesgo político. Señalan que hay una «judicialización de la política». Son unos salaos, lo que puede llegar a ser gracioso; pero nos toman por tontos, lo que no tiene ninguna gracia.

Acostumbrados a diferentes regímenes de partitocracia a través de los cuáles han podido llegar a donde están, olvidan que el ejercicio de la política también está sujeto al cumplimento de la ley y no supone un cheque en blanco para saltársela.

Olvidan también que si asumieran responsabilidades políticas, ellos directamente o exigidos por sus jefes, muchas veces evitarían que la sociedad civil tuviera que recurrir a eso que mal llaman judicialización; y que es la tarifa de último recurso para la dignidad de la ciudadanía.

«Evitarían que la sociedad civil tuviera que recurrir a eso que mal llaman judicialización; y que es la tarifa de último recurso para la dignidad de la ciudadanía»

En el caso de Cubero quizás se deba a las consecuencias de simpatizar con ideologías totalitarias o revolucionarias familiarizadas con una visión más heterodoxa de la justicia. En el caso de Pérez quizás tenga que ver con la consolidada costumbre de su partido de compadrear y mercadear con la elección de los miembros de CGPJ, o de elegir al Fiscal General con criterios políticos.

Hablan de judicialización quienes pertenecen a una casta política protegida por el manto de una de las legislaciones de aforamiento político más extensas y bochornosas del mundo. Pero eso si, para cobrar las multas del Ayuntamiento por vía ejecutiva bien que les gusta la judicialización.

La democracia ya nos la tienen secuestrada, nos la administran en sus dosis de conveniencia; invitándonos a votar poco y mal o sobre chorradas, y quejándose de que ejerzamos uno de los últimos derechos que a duras penas nos queda.

Y para que ya no nos quede ni el recurso a una sonrisa o a un chispazo de orgullo, ni siquiera en ese Consistorio y en ese Parlamento hay nadie que suba al estrado y les diga a estos divinos lo que al ministro Cascos le soltó en el Congreso el gran Labordeta. ¡Mira que ya nos conformaríamos con poco!