Dijo en su día el gran José Tomás: “Vivir sin torear, no es vivir”. Torear es una liturgia, un momento en el que podemos morir, y sin embargo es el momento de mayor vida que experimentamos los toreros, en ese presente, en ese dialogo con el toro, es cuando realmente vivimos, aún estando dispuestos a morir.

Es por ello, que cuando a uno le visita el ostracismo profesional, abocado a la soledad personal, en el que pasa el día a día sin una fecha para volver a enfundarse el traje de luces, aguantando en el banquillo sin ser premiada la meritocracia en el ruedo, aguantando injusticias y callando ante ellas. Teniendo el valor de no salirse del camino trazado, de no perder la fe en uno mismo y en lo que apostó hace años, es en ese momento cuando hay que tener más valor para vivir que para morir.

El toreo es como la vida, no puedes esperar que te devuelva cosas buenas simplemente por ser buena persona, todo se fundamenta en resistir, persistir y ser valiente para tener una buena actitud mientras se reciben golpes sin dejar de avanzar, sin perder la ilusión o alimentándola viviendo desde el presente.


Publicidad


Es cuando pensamos en los propósitos del futuro sin vivir el presente, anhelando lo que otros tienen, cuando sufrimos y sentimos que no tenemos lo que merecemos.

Sí, la vida, el amor, el trabajo, es como el toreo; puede que no nos de lo que sentimos que merecemos ahora mismo, pero disfrutando de lo que tenemos podemos vivir con menor sufrimiento. No hay que tener éxito para ser felices, hay que ser felices y estaremos en disposición de alcanzar el éxito.

Y a pesar de todo esto, en la vida, como en los toros hay que ser valiente coger siempre la mano izquierda aun sabiendo que te va a hacer daño, tú necesitas desafiar al miedo y mirar de frente al toro (y a la vida) para intentar torearlo con el corazón.

Hay que ser valiente y seguir, si tú te paras el mundo no lo hace y luego hay que ir más deprisa tras él. Por eso cada día que he pensado en tirar la toalla, he recordado: Vivir sin torear no es vivir.