Creo que es la primera vez en mi vida en la que voy a un cumpleaños en el que me siento mayor. También estuvimos de cervezas un día antes con una amiga de mi hermana que dijo que he madurado. Tengo amigos que son padres y yo cada vez que veo a un niño pienso que me podría educar él a mí: que con su dependencia destaparía mis miedos y mis carencias, que soy capaz de disimular si mi oponente maneja el lenguaje.

Me gusta, en todo caso, que a punto de cumplir 29 la vida me vaya haciendo consciente de lo que pasa a mi alrededor y, con ello, me ponga en mi sitio. Que me diga hasta dónde puedo llegar o donde están mis nuevos límites; es decir, mis nuevas ambiciones. Eso tiene un peaje cuando paseo por Madrid y me cuesta recordar cómo veía la ciudad cuando llegué. Ya soy uno más de los que no somos los mismos (¡Viva Neruda!).

«Tengo amigos que son padres y yo cada vez que veo a un niño pienso que me podría educar él a mí»

Sobre responsabilidad también he pensado mucho estos días. He leído en la prensa que un niño ha muerto con apenas siete años por una simple otitis que sus padres decidieron tratar únicamente con homeopatía. La homeopatía mata, y los que la venden: algunos médicos y farmacéuticos, lo saben.

Saben que puede acabar con una vida por inacción. Irresponsables. Mentirosos. Locos. Niegan la ciencia y niegan la vida: homicidas conscientes. Es terrible que algo así siga siendo legal. Por falta de acción se muere; por mentir, también. Por eso la vida es tan interesante; tan tesoro; hojalata.