Lo leí hace unos días, después del atentado en Manchester: “Otro héroe que dejó la noche fue este taxista, conocido ya con el apodo del taxista del turbante, que puso su vehículo a disposición de todo aquel que lo necesitara durante las horas posteriores al atentado.” Volvió a pasar con el atentado terrorista del pasado sábado noche en pleno centro londinense: “El héroe español del atentado en Londres: así forcejeó con un terrorista y resguardó a la gente en su bar”. Incluso este mismo periódico se ha hecho eco esta semana de un “héroe con tricornio.

Merece un análisis cómo la sociedad, en general, y los medios de comunicación, en particular, encumbran la épica. Podemos ser héroes aunque sea solo durante un día, cantaba Bowie. En esta sociedad de noticias de consumo rápido y buenismo por doquier, nos venden que cualquier pequeña acción puede cambiar el mundo. Todos somos héroes. En mi opinión, nada más dañino y lejano de la realidad.

Acciones más que loables, sin duda. Dignas de mención por el coraje de tomar esa decisión mientras convives con el miedo. Hay algo profundamente noble en esa actitud de proteger al que busca refugio o de defender a quienes no pueden hacerlo por sí mismos. Pero, sinceramente, en ocasiones pienso que confundimos heroísmo con la más básica humanidad.

«Nos venden que cualquier pequeña acción puede cambiar el mundo. Todos somos héroes. En mi opinión, nada más dañino y lejano de la realidad»

Por supuesto, no es mi intención banalizar ese comportamiento… pero tampoco magnificarlo. Pienso en ello y me acuerdo de algunas personas cuyo heroísmo se forjó tomando decisiones que cambiaron el destino de muchos para siempre.

De personas como Oskar Schindler, Raoul Wallenberg o nuestro más cercano Ángel Sanz Briz, que arriesgaron su vida para salvar a miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. O del oficial de la armada soviética Vasili Arkhipov, cuya determinación evitó una guerra nuclear durante la Crisis de los misiles de Cuba en los años 60.

Pero no solamente a personas que tomaron decisiones valientes en un momento de sus vidas. También aquellos cuya trayectoria vital y su abnegación modificaron las posibilidades de millones de personas en el futuro.

La pionera de la informática Grace Murray Hopper, por ejemplo, sin cuyo trabajo las tecnologías no tendrían la importancia que suponen para el desarrollo de nuestra sociedad. O el microbiólogo Maurice Hilleman, descubridor de buena parte de las vacunas de enfermedades que asolaron la población mundial durante décadas. ¿Conocían a estas personas?

No, cualquiera no puede ser considerado héroe. Son ligas diferentes, aunque no sea fácil colocar la línea divisoria. Quizá en que los verdaderos héroes y heroínas merecen un reconocimiento que excede lo efímero, un titular o portada. Aunque no seamos capaces de conocer ni su nombre ni su historia… o precisamente por ese motivo.