Sí, las palabras del título siguen distinto orden al refrán que solemos oír o enunciar; «no solo hay que serlo, sino parecerlo». Hay que remontarse a la época del Emperador César Augusto para conocer el origen de este proverbio, la historia cuenta que Julio César se divorció de Pompeya Sila por asistir como espectadora a una saturnalia, orgía sexual permitida a las damas de la aristocracia romana, pues para éste “la mujer del César no solo debe ser honrada, sino también parecerlo”. La apariencia, la imagen y las formas ya eran importantes hace 2000 años.

En nuestro tiempo sigue más vigente que nunca, no hay que descuidarse ni un instante en ciertos ambientes, la apariencia adecuada es fundamental en el trabajo, en sociedad, y sobre todo con la familia política. Hay quien ha creado hasta un personaje para cada momento, metiéndose en el papel según la función que toque.

Hasta aquí bien, pero ¿cuándo se trata de confiar nuestros derechos, libertades, la seguridad, la sanidad, las pensiones, la educación de nuestros hijos o la economía de todo un país? Todos los políticos «parecen» honestos, íntegros, democráticos y grandes administradores, los mejores.

Hemos visto muchos licenciados trajeados que parecían gestionar muy bien, licitando obras e inaugurándolas durante la sobremesa, pasados los años, a la misma hora en el telediario, los vemos sentados en el banquillo de los acusados. ¡Anda! ¿éste? Si «parecía» tan majo, ¡con lo bien que hablaba!

A la misma hora en el telediario, los vemos sentados en el banquillo de los acusados. ¡Anda! ¿éste? Si «parecía» tan majo, ¡con lo bien que hablaba!

También los hay con una apariencia más joven, desenfada, vistiendo más “casual”, como sacados de un campus universitario. Algunos padres ven en ellos la inocencia, honradez y honestidad de sus hijos que buscan su sitio en el mundo laboral a través de contratos precarios, pero luego resulta que obtienen plusvalías con la venta de viviendas protegidas sin haberlas estrenado, o son sancionados por Hacienda al eludir sus obligaciones tributarias, como las cuotas de la seguridad social de sus empleados.

Después de tantos años ya va siendo hora de valorar el «ser» antes que el «parecer», de esforzarnos un poco por saber lo que hay detrás de una buena apariencia, de juzgar y valorar a los que nos representan por el resultado de sus políticas y no por lo que nos cuentan, ya sea con ilustres palabras, lenguaje no verbal o buenas vestimentas. Esto tampoco es nuevo, ya dijo Jesús de Nazaret para distinguir entre los verdaderos y los falsos profetas «por sus hechos los conoceréis».