Los catalanes independentistas andan algo despistados. Dicen querer votar por la Libertad, así, con mayúsculas, cuando lo único que podrán votar de celebrarse el referéndum, es cambiar un estatalismo por otro.

Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado. El ideal fascista.

Y es que todos los partidos políticos, todos, sin excepción, se han arrogado la iniciativa como sujetos políticos, de tal modo que un ciudadano no puede tomar iniciativas políticas si no es dentro de un partido político.

Todos, en función de su cuota en el reparto, han copado todas las estructuras de poder y la Administración, parasitando a los ciudadanos; todos, sin excepción, han estado de acuerdo durante los últimos 40 años en repartirse la tarta del Estado, con una ley electoral que excluye la representación política -los diputados representan a los partidos que los eligen, no a los ciudadanos que no pueden elegirles, sólo ratificar listas-.

«Han estado de acuerdo durante los últimos 40 años en repartirse la tarta del Estado»

Como para formar Gobierno en un sistema parlamentario, donde el poder ejecutivo y el legislativo están en las mismas manos, hace falta mayoría de diputados, los dos grandes partidos PP y PSOE dieron la guinda al PNV y a CIU para alcanzar mayorías.

Para alcanzar esa mayoría se abría un “diálogo”, que básicamente ha consistido estos años en dime qué quieres para votarme, mercadeo con el dinero de todos los españoles para favorecer intereses de los partidos nacionalistas que ellos pudieran vender como éxitos, y desmembramiento de la Nación y de las competencias del Estado para satisfacer a los nacionalistas y, de paso, encontrar colocación a los segundones de provincias.

En este estado autonómico de los horrores, el consenso es sinónimo de mercadeo, de corrupción en un sentido extenso del término, de vender a unos para comprar a otros.

Eso mismo harán después del 1 de octubre. Sea cual sea el resultado, ya se ve venir, negociarán prebendas nuevas y dinero para Cataluña y detrás el País Vasco, que venderán como una gran victoria de la democracia, una nueva Transición, un nuevo modelo de una nación que no sabe cuántas naciones son, donde importan más las “sensibilidades políticas” que la propia historia.

«En este estado autonómico de los horrores, el consenso es sinónimo de mercadeo, de corrupción en un sentido extenso del término, de vender a unos para comprar a otros»

La Transición, la primera, fue un fracaso en términos de libertad política: no hubo proceso constituyente, unas Cortes franquistas se erigieron en Cortes constituyentes, entre siete iluminados copiaron partes de la Constitución alemana e italiana e hicieron una carta otorgada que impide en su redacción la separación de poderes (el legislativo elige al ejecutivo, cuyo jefe ha puesto en listas a los diputados que le eligen) y la representatividad (los diputados representan a su jefe de filas, a nadie más, ni siquiera a ellos mismos).

Se pactó el reparto del pastel del Estado entre los franquistas y los partidos socialista y comunista, con guindas a los nacionalistas. Como fue un modelo basado en la traición a la libertad política y a la democracia, sólo puede funcionar con corrupción, y de eso sabemos algo los españoles en estos 40 años.

«Se pactó el reparto del pastel del Estado entre los franquistas y los partidos socialista y comunista, con guindas a los nacionalistas»

Es un modelo que estaba abocado al fracaso, y ahora intentarán su reedición para salvarlo del naufragio. Por supuesto, ni a los independentistas catalanes ni a los llamados constitucionalistas se les va a ocurrir hacerse el harakiri como partidos, ya que son su herramienta de poder, y transitar esta vez de verdad, hacia un proceso de Libertad Constituyente con separación de poderes y representatividad del ciudadano.

Recurrirán al falso lenguaje del consenso, la nación de naciones, el derecho a decidir, una democracia joven, el estado plurinacional, expresiones que no significan nada, verborrea socialdemócrata, pero que les permitirá una reforma de la Constitución para prolongar la agonía de un régimen que nació corrupto.

El consenso político no sólo es la base de la corrupción -el mercadeo-; el consenso impide la libertad de pensamiento. ¡Ay del que no defienda el consenso!