Nunca se había visto a Iñaki Anasagasti tan cabreado e indignado con la kale borroka, como el día en el que ‘los chicos de la gasolina’ -en palabras de Arzalluz- la tomaron con el autobús en el que viajaba la anciana madre del dirigente nacionalista.

A la pobre ‘amatxo’ de Iñaki le dieron un susto de muerte y éste no dudó en pedir explicaciones y poner a parir a los autores del agravio; algo que nunca había hecho -no al menos con la misma vehemencia- cuando las víctimas del vandalismo callejero eran otras.

En Zaragoza, sin más violencia que la del impresentable que lanzó la botella a Violeta Barba, se ha reeditado el ‘síndrome Anasagasti’ -alguacil alguacilado- con motivo del aquelarre independentista de este domingo en el Pabellón Siglo XXI.

Resulta que a los importadores del escrache argentino -inaceptable técnica antidemocrática de coacción y acoso- nos le gusta ser ‘escrachados’, aunque la bronca ciudadana que les cayó fuera tan legítima -exceptuando la inadmisible agresión a la presidenta de las Cortes- como las que ellos protagonizan cuando rodean el Congreso de los Diputados o increpan a cargos públicos en sus domicilios.

Alberto Garzón, junto a miembros de IU en la asamblea prorreferéndum / EFE

La mayoría de los congregados se limitaron a hacer uso de una libertad de expresión que, al parecer, no sirve para ondear banderas de España, pero sí para quemarlas.

Puede que muchos llevaran la enseña nacional o la de Aragón, en desagravio a la decisión de los organizadores de la cumbre ‘indepe’ de descolgar las del interior del pabellón, por aquello de no herir sensibilidades; ya ves tú.

«La mayoría de los congregados se limitaron a hacer uso de una libertad de expresión que, al parecer, no sirve para ondear banderas de España, pero sí para quemarlas»

No hay que olvidar que fue el propio Santisteve -el alcalde que sólo acierta cuando rectifica- quien revocó la orden, en cuanto vio la que se estaba liando en las redes sociales. Si no, de qué.

Y por si no bastara con su repentina alergia a los escraches y a la posibilidad de que sean otros quienes disfruten de esa libertad de expresión, que ellos se arrogan para justificar todo tipo de tropelías, resulta que la izquierda radical tampoco se quedó satisfecha el domingo con los efectivos policiales destinados a velar por su integridad (piensa el ladrón que todos son de su condición).

Es curioso que en Barcelona, mientras una jauría humana se expresaba libremente, destrozando vehículos de la Guardia Civil, la izquierda radical denunciara la presencia de mucha, mucha policía -como en la canción de Sabina- y sin embargo en Zaragoza se quejaran amargamente de que los agentes eran pocos y nada represivos, a la hora de emplearse a fondo contra quienes se permitieron el lujo de importunarles ¡a ellos!, como en su día hicieron los amigos de Bildu con la mamá de Anasagasti.

Menos miedo y un poco más de vergüenza es lo que hace falta.