No sé si corren malos tiempos para la lírica pero no son buenos tiempos para la calma, para la necesaria calma de la que no habría que perder pie para que siempre pueda tenernos a mano el bienestar (la felicidad, que diría alguno).

Son tiempos de desasosiego político infiltrado hasta en lo más cotidiano de nuestras vidas. Todo el mundo habla, casi todo el mundo se siente mal. Se nos ha roto la calma, estrepitosamente.

Si la abulia política es un peligroso pecado social, la hiperventilación política es un insensato estado personal.

Igual que la presión resulta motivadora hasta un punto en el que, pasada de rosca, resulta bloqueante; la conciencia, reflexión y acción de cada uno sobre la que está cayendo (y seguirá cayendo de forma crónica durante mucho tiempo) es necesaria pero no debería ser absorbente.

«Todo el mundo habla, casi todo el mundo se siente mal. Se nos ha roto la calma, estrepitosamente»

Parémonos a sentir los mejores detalles de cada vida propia. Absorbamos este sol de otoño que no se quiere ir. Respiremos con gusto toda la salud que tengamos. Besemos más intensamente a cada ser querido.

Encontremos la calma de no ser los culpables de nada más grave que alguna torpeza. Percibamos las diferencias a nuestro favor. Sintamos la libertad de no tener que obedecer a sus masas. Paladeemos el ser personas y no personajes.

Son más poderosos, pero nosotros más decentes. Aunque se crean dioses, en nuestra mano está que no nos conduzcan al infierno diario de hacernos pisar por donde ellos chapotean. Ya les tenemos tomadas las conciencias, calibradas las temperaturas morales, medidos los estados de forma éticos. Por eso ya sabemos que son unos miserables.

«Aunque se crean dioses, en nuestra mano está que no nos conduzcan al infierno diario de hacernos pisar por donde ellos chapotean»

Por todo ello, ocupémonos sin excesiva preocupación; mirémosles pero sólo de reojo. Retomemos nuestras vidas, recuperemos la calma.

La calma es uno de nuestros tesoros, el que ellos no merecen tener ni que perdamos. No sólo no nos representan sino que no nos merecen. Dense el lujo de la calma y, si pueden, el de la voluptuosidad.