La política debería ser una variedad de caminos. El destino no debería estar en discusión.

Las opciones de cada partido u organización política deberían corresponderse con una propuesta de itinerario y ritmo con los que seducir a la ciudadanía. Una alternativa con la que lograr convencernos de que el destino comúnmente perseguido del bienestar, la justicia y la igualdad de oportunidades se alcanzan con mayor garantía y seguridad a través de una determinada propuesta de ruta política.

Como esos pasatiempos de periódico de antaño en los que había que dibujar el camino del ratón hacia el queso, cada trazada política debería sugerirnos si por la izquierda o por la derecha, si rodeando más o menos, si pensar antes de moverse o moverse mientras se piensa.

Las primeras disfunciones en la aldea feliz de la noble política que nunca existió surgieron cuando algunos avivados consideraron que el destino estaba bien definido, pero que mala suerte si no podían llegar todos…

«Cada trazada política debería sugerirnos si por la izquierda o por la derecha. El destino no debería estar en discusión»

Afortunadamente los defensores de la solidaridad se enfrentaron a esa corriente argumentando la realidad de que pocas veces se parte del mismo punto, lo que complica el esfuerzo y posibilidad de llegar al mismo destino.

Las segundas disfunciones tuvieron que ver con el concepto del bienestar. Así, mientras unos consideraban más valiosos los bienes materiales, otros entendían que el tiempo o el equilibrio espiritual son más deseables. En cualquier caso, dos tipologías de bien común por las que querer ganarse el favor de los votantes; que multiplicadas por los caminos posibles para llegar fueron diversificando las opciones.

Hasta ahí todo bien, o casi. Hasta ese punto sólo divergencias tolerables sobre si es más paraíso la playa o la montaña, y si se llega antes por el camino más corto de la carretera o por el más seguro de la autopista.

Pero ya no estamos en ésas. La política actual sólo es una plataforma personal. Un sillón público ya no interesa como atalaya para convencer a la población adónde y por dónde ir, sino que se utiliza como una cama elástica para el itinerario personal indisimulado. Y aún más como pértiga que como sillón, porque la pértiga primero es palo para sacudir a los que quieren lo mismo (empezando por los del propio partido) y después es palanca para saltar más alto, para lograr ser más saltimbanqui si cabe.

«Un sillón público ya no interesa como atalaya para convencer a la población adónde y por dónde ir, sino que se utiliza como una cama elástica para el itinerario personal indisimulado»

Hoy un político ya no es un conductor hacia el destino sino un auto-conducido hacia su destino. Es total la falta de compromiso hacia los que votaron a alguien para hacer algo durante un tiempo. Así se explican los tumbos que van dando casi todos (que son todos los que pueden).

Es la corrupción indirecta. La que puede no meter directamente la mano en el bolsillo de la gente pero pisa las cabezas para elevarse en pos de sí mismo, hundiendo con su peso a quienes pisotea. Es la estupidez de los que jalean al que les humilla y usa sin recato con tal de que no llegue primero (también a su propio destino) el humillador de la otra orilla.

Ni siquiera nos llega la inteligencia o el orgullo para unirnos todos los humillados al ver cómo la variada camada de los pisoteadores disfruta de sus destinos en aparente divergencia entre ellos, mientras nos hacen creernos divergentes a todos los demás; cuando somos rematadamente iguales porque compartimos el mismo desamor, la misma lluvia.