Nos ocurre en la sociedad española del siglo XXI lo que a muchas personas mayores: recordamos al detalle tiempos remotos, pero tenemos memoria de pez para las cuestiones más recientes.

Me temo, sin embargo, que lo nuestro no obedece a un desgaste de neuronas propio de la edad, sino a la desaforada obsesión por remover los aspectos más oscuros y dolorosos del pasado más lejano -lo cual no digo yo que no convenga- mientras se nos pide altura de miras para pasar página sobre sucesos que nos marcaron a fuego hace apenas cuatro días.

Pregunten a cualquier chaval de 20 o 25 años sobre Franco, la Guerra Civil o la Segunda República, y seguro que, cuando menos, le sonará de qué le está usted hablando.

Prueben, no obstante, a pedirles opinión sobre el asesinato de Miguel Ángel Blanco y puede que la inmensa mayoría no tenga ni idea de quién fue y cómo murió ese pobre muchacho.

«Recordamos al detalle tiempos remotos, pero tenemos memoria de pez para las cuestiones más recientes»

Siempre he dicho que la Historia habría que estudiarla de delante hacia atrás, porque sólo así es posible entender y comprender mejor el presente.

Me consuela pensar que si en las escuelas fuera obligatoria la asignatura Historia reciente de España, no habría tantos imberbes ignorantes, dispuestos a dibujar la mejor de sus sonrisas, mientras se fotografían con un tipo de la calaña de Arnaldo Otegui.

Ahora que se conmemoran los 30 años de la matanza de ETA en la casa cuartel de la Avenida Cataluña de Zaragoza, me he acordado de cuando, en una de sus películas más inquietantes y aterradoras, el maestro Chicho Ibáñez Serrador se preguntaba de forma retórica: ¿Quién puede matar a un niño?

Cualquiera habría contestado, casi por instinto natural, que sólo un psicópata sin escrúpulos sería capaz de algo así.

Sin embargo, a los sicarios de ETA no les tembló el pulso aquel 11 de diciembre de 1987, al detonar 250 kilos de explosivo junto a ese edificio, en cuya fachada era bien visible la ropa de niño tendida.

«A los sicarios de ETA no les tembló el pulso aquel 11 de diciembre de 1987»

Han pasado ya tres décadas, pero es imposible olvidar aquella salvajada; porque olvidar sería tanto como asesinar a las víctimas dos veces.

Los criminales -no todos- están en cárceles de las que acabarán saliendo no muy tarde; porque siempre será pronto para quienes deberían pudrirse entre rejas el resto de sus días.

Pero así de generoso es nuestro Estado de derecho, a pesar de las muchas sandeces que nos toca oír de un tiempo a esta parte, en boca precisamente de quienes desde las instituciones y desde la calle tratan como héroes a los asesinos o a sus cómplices.

A las gemelas Esther y Miriam; a su tío Pedro; a José Ignacio y a su hija Silvia; al matrimonio formado por Emilio y Maria Dolores; a Rocío, la hija de ambos; a José Julián, a María del Carmen y también a Silvia, su pequeño tesoro.

«Siempre será pronto para quienes deberían pudrirse entre rejas el resto de sus días»

A todos ellos les fue arrebatada la vida de forma ruin y cobarde; pero nadie conseguirá despojarlos nunca del honor y la dignidad que merecen, como mártires de esa libertad de la que se valen hoy algunos miserables para mancillar impunemente su memoria; una memoria tan histórica y democrática como las demás.