Nuestra Carta Magna va camino de los cuarenta, edad crítica para un mortal, también parece para un texto tan fundamental.

En los últimos tiempos es nombrada en demasía, seguramente se han disparado las ventas de ejemplares de regalo y bolsillo. Menuda campaña de marketing gratuito, ¡ya quisieran otras!

«Hay que revisarla», «está obsoleta», «hay que garantizar derechos fundamentales»… estos mensajes escuchamos últimamente.


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La caja de pandora se abrió un 23 de agosto de 2011 con la reforma del artículo 135. Las presiones desde la Unión Europea eran importantes, sobre todo por parte del Banco Central Europeo. Una cosa era rescatar a Grecia, y otra a la cuarta potencia del espacio ‘Schengen’.

La segunda reforma de la Constitución se hizo sin debate, sin referéndum y con agostidad.

A ello hemos de añadir que, en resumidas cuentas, venía a imponer el orden de gasto del Estado en este sentido; primero se ha de pagar la deuda, después lo demás, sanidad, educación, servicios sociales… ¡como para no molestarse oiga!

«Una cosa era rescatar a Grecia, y otra a la cuarta potencia del espacio Schengen»

Durante los años de la burbuja inmobiliaria sus Señorías no cumplieron con la obligación de defender el interés general, y ahora la fiesta la pagamos todos, vía recorte de servicios públicos.

En cierto modo, los defensores de una reforma, tras la última, tienen argumentadas razones para ello, pero no podemos confundirnos, nuestra Constitución es moderna y recoge todos los derechos fundamentales y libertades como cualquier otro país de Europa.

Quizá la cuestión se encuentre en su limitado o intrascendente desarrollo orgánico sobre derechos, como el del trabajo o disponer de una vivienda digna y adecuada, que tras el estallido de la crisis quedaron muy mermados.

El caso es que la reforma ha marcado tendencia, ya resuena en nuestras mentes de tanto escucharla. Desde la izquierda se ha insistido en los últimos tiempos.

Pedro Sánchez puso su estudio como una de las condiciones por el apoyo en la aplicación del 155, en su intento de ‘marcarse el tanto’ y seguir recuperando el voto prestado a Podemos.

Rápidamente Pablo Iglesias declinó la invitación, pues la comisión de estudio sólo abordaba la cuestión territorial, y su grupo defendía una modificación más amplia, puede que la misma suponga posicionarse sobre cuestiones que complicarían la defensa de la igualdad y fraternidad de todos los españoles.

Ahora para el secretario general de la formación morada esto de reformar la Carta Magna ya no es una prioridad, no se atisba un cambio en el sentido que él desea. Vaya, tanto solicitarla, y ahora no quiere.

Más parece evitar ese foco, donde las miradas están puestas en el conflicto catalán, donde sus socios nacionalistas le llevan a un terreno inestable, perdiendo muchos votos en el resto de España. Resulta complicado de entender que una formación progresista no se oponga a un soberanismo catalán que intenta levantar fronteras en pleno siglo XXI.

Para salir del paso hay que tener una buena excusa razonada. Ahora la prioridad es modificar la Ley Electoral antes que la Constitución para disponer de un sistema más justo y proporcional.

«Resulta complicado de entender que una formación progresista no se oponga a un soberanismo catalán que intenta levantar fronteras en pleno siglo XXI»

Lanza este órdago a PSOE y Cs con el que enfría las sospechas de primar los derechos históricos de unas regiones sobre otras, de anteponer los derechos de los territorios por encima del de las personas, residan donde residan.

Y más en un momento en el que todavía recordamos el cuponazo vasco y lo que ha supuesto durante todos estos años la sobre-representación parlamentaria de los partidos nacionalistas.

Pablo Iglesias realiza un hábil cambio de tercio, ahora bien, recientemente manifestaba que en España existían cuatro nacionalismos: el español, el catalán, el vasco y el gallego. Curiosamente sus socios en Cataluña y Galicia tienen un peso importante en la formación morada, una circunscripción única les perjudicaría.

Por ello se deduce que en la letra pequeña se encuentra la cuestión, el Sr. Iglesias pondrá el ‘no’ en la boca del adversario, quedando él de reformista y el resto como inmovilistas.

Ya sucedió tras el intento de Pedro Sánchez de formar gobierno en las generales de 2015, sin previo aviso solicitó Ministerios, la Vicepresidencia, el CNI, el CIS, el BOE y la luna.