La muerte de una persona siempre es una tragedia para su familia y entorno. Si ésta tiene lugar de forma inesperada, violenta y absurda la tragedia resulta aún más extrema.

Si una muerte violenta puede llegar a estar relacionada de algún modo con el odio a un símbolo, a una apariencia, a un pensamiento o a una idea estamos ante una tragedia que alcanza una dimensión social, colectiva.


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A cualquier persona decente y mínimamente equilibrada le resulta inconcebible la acción del individuo que acabó con la vida de Víctor Láinez. No hay excusas que justifiquen jamás la violencia, y más aún de un modo tan extremo.

No podemos quedarnos en esa contemplación horrorizada del odio como algo ajeno que de repente explosiona dentro de alguien, por muy descerebrado o miserable que sea. El odio tiene algo de vivo: se siembra, se abona, se riega, se cosecha, se consume, se vomita…

«No podemos quedarnos en esa contemplación horrorizada del odio como algo ajeno»

El odio nace, crece, se reproduce y, si no se le hace morir, mata. Las peores personas son las que siembran el odio. Afortunadamente no son muchas aunque sean terribles.

Pero sí son numerosas las personas que, consciente o inconscientemente, contribuyen a que ese odio germine con el abono y el riego de su verbo feroz y descontrolado. Y son muy numerosas las personas que contemplan cómo crece una planta de odio y no se aprestan a arrancarla, no hacen nada por matar el odio.

Los buenos conocedores de la conducta humana señalan que los seres humanos somos capaces de acostumbrarnos a casi todo. Pues bien, hay costumbres que matan.

Hay prácticas de riesgo cada vez más variadas y todavía no suficientemente denostadas. Incluso algunas cada vez más promovidas, toleradas o no combatidas.

En un mundo tan interconectado e interactivo el odio encuentra vehículos de transmisión eficaces y rápidos para su letal expansión. Por ello necesitamos cada vez más que cada uno de nosotros sea un cortafuegos ético, una barrera infranqueable para el veneno del desprecio al diferente.

«Son muy numerosas las personas que contemplan cómo crece una planta de odio y no se aprestan a arrancarla»

Es muy urgente que empecemos a identificar cómo se transmite el combustible que nos lleva a esta tragedia colectiva.

Hagámoslo antes de que la tragedia colectiva se nos transforme en cualquier momento; con la mediación de un loco, un homicida o un asesino; en insoportables y más devastadoras tragedias personales.