Queridos Reyes Magos,

Os escribo esta carta con ánimo triste y honda preocupación. No sólo en los últimos años no me habéis traído nada de lo que necesito, sino que atendiendo al debate de estos días me temo que nada bueno puedo esperar una vez más. Pero como buena maña no está en mi ánimo reblar, así que seguiré insistiendo.

Para empezar os pido que en la cabalgata de este año estéis en las carrozas los Reyes Magos de verdad, y no concejales disfrazados.

Aunque tengo mucha ilusión no soy nada ilusa, así que no pediré cosas tan imposibles como que no aprieten tanto el frío y el calor; o que el Real Zaragoza ascienda a donde yo merezco que esté.

Lo más importante que os voy a pedir es salud para mis cientos de miles de hijos, no sólo para los nacidos en mis entrañas sino también para los adoptados. Tanto para aquellos llegados de muy lejos en busca de mejor ventura como para los venidos de más cerca, de tantos pequeños pueblos de Aragón que se nos desangran de población. A todos los quiero igual, porque nadie nace pudiendo elegir o rechazar a una madre.

También quiero que me traigáis las oportunidades para desarrollarme como merezco. Son tantos años de palabras huecas y oídos sordos de políticos de pacotilla que ya nada espero de ellos.

Especialmente frustrante está siendo la etapa actual con los regidores más incompetentes y sectarios que recuerdo, y que me tienen tan maltrecha. ¿Llegará el día en que un líder de verdad me corteje y beba los cierzos por mí?

Lo que no quiero que me traigáis nunca más son juguetes rotos como la Expo. Y os pido que me libréis de la verborrea de mentiras o edulcoradas realidades inventadas acerca de lo que fue, y que temo que me digan cuando se cumpla pronto el décimo aniversario de aquella oportunidad perdida.

«Especialmente frustrante está siendo la etapa actual con los regidores más incompetentes y sectarios que recuerdo»

Tampoco quiero que me traigáis otro tranvía. El que trajisteis costó tanto oro que sigo con los bolsillos rotos, por mucho que algunos quieran hacernos oler incienso para volvernos a embolicar.

Y las dos últimas cosas que os pido son las de siempre: que no me toquen el agua del Ebro que me conozco, y que dejen de dar la matraca los de esas tierras al este.

Con mucho cariño y más necesidad se despide de vuestras majestades la Muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica, Siempre Heroica, Muy Benéfica e Inmortal Ciudad de Zaragoza.