Como suele ocurrir en los nacionalismos de corte sectario y supremacista -es decir, en todos- el núcleo más atávico y visceral del independentismo catalán parece dispuesto a conducir la terra ferma a los albores del XIX, con tal de consumar la ruptura y poner a cero el calendario de Cataluñistán.

El ritmo de la batucada indepe ya no lo marcan los políticos -ni siquiera desde Girona o chirona- sino los llamados comités de defensa de la república, que -paradojas de la vida- se dedican a defender una república que no existe, lo cual me recuerda al inolvidable Gila, cuando trataba de inventar la radio en colores, dando brochazos al aire.

El caso es que en su viaje a ningún parte, estos insensatos muerden incluso la mano que les da de comer.


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Sirva como ejemplo lo del concejal de ERC en Cambrils, Eduard Pellicer, que estos días de atrás daba la bienvenida a los pumasa través de Twitter, esa red en la que, tarde o temprano, todos los necios acaban metiendo la gamba.

«Estos insensatos muerden incluso la mano que les da de comer»

¿Y quienes son los pumas?, se preguntarán ustedes.

Pues miren; ya verán qué gracioso: resulta que en la aguerrida y valiente jerga de quienes presumen de abiertos y cosmopolitas, los pumas, en acrónimo, son los putos maños.

Sí, sí: los putos maños, que llenan restaurantes, bares, hoteles, apartamentos y comercios de la localidad, dejándose la pasta en Semana Santa y verano, tanto en Cambrils como en el resto de localidades de la Costa Dorada.

Ya sé que no es justo elevar la anécdota a categoría y mucho menos criminalizar a toda una población, cuyos habitantes, en su inmensa mayoría, mantienen desde hace décadas estrechos vínculos de afecto y sincera amistad con Aragón y los aragoneses.

Lo que pasa es que en este caso, el exabrupto no viene de cualquiera, sino del edil de un municipio, cuya alcaldesa -a la sazón, compañera de militancia del susodicho- recibió el pasado octubre la Medalla de Oro de Zaragoza, tras el atentado yihadista que costó la vida a una de nuestras convecinas.

Por eso, una de dos: o la señora Camí Mendoza, que así se llama la jefa del tal Pellicer, devuelve la Medalla, o exige a su impresentable concejal que renuncie al cargo.

«Sí, sí: los putos maños, que llenan restaurantes, bares, hoteles, apartamentos y comercios de la localidad»

Y como probablemente no ocurrirá ni una cosa, ni otra, no quiero quedarme con las ganas de invitar al chisposo edil a visitar Zaragoza, para que compruebe in situ que aquí no hay pumas, sino leones: cuatro en el Puente de Piedra y un quinto en la bandera de la ciudad.

Hasta le garantizo que, como no somos rencorosos, disfrutará de esa hospitalidad -tan nuestra con los de fuera- que le brindarán esos maños a los que vilipendia.

Puede, eso sí, que alguno lleve el cachirulo algo prieto y le suelte una fresca; pero no creo que eso vaya a molestar al paleto de Cambrils, que parece ponerse la barretina a rosca, al defender una república imaginaria, en la que, a falta de libertad y fraternidad, la igualdad parece garantizada, desde el momento en que hasta el tonto del pueblo puede llegar a ser concejal.