Los votantes de Zaragoza en Común, en mayo de 2015, depositaron en las urnas, además de su voto, su esperanza de que ése fuese el comienzo de una nueva era. El gobierno liderado por el alcalde Pedro Santisteve prometía ser un punto de inflexión en la historia de nuestra ciudad, marcar un antes y un después.


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Pero, cuando se cumplen ya tres años de mandato, vemos que poco se recordará del gobierno de Zaragoza en Común más allá de los gestos, de banderas en el balcón del consistorio, de gominas y viajes, de despropósitos en redes sociales, y de tristes honores como el de ser el primer alcalde y gobierno al completo reprobados por el pleno.

Zaragoza en Común, al igual que Ciudadanos, entramos en el Ayuntamiento porque los zaragozanos estaban hartos, hartos de vieja política, de bipartidismo, de intercambio de sillones, de oscurantismo, de intereses partidistas y personales, de privilegios, de contratos interesados, etc.

El gobierno de Santisteve llegó prometiendo un cambio y lo único que han cambiado son los motivos de ese hartazgo de los zaragozanos.

Porque con su gobierno sigue habiendo promesas electorales incumplidas, proyectos reflejados en presupuestos que nunca se materializan, contrataciones de amiguetes, subvenciones para entidades afines, informes que se esconden en los cajones y decisiones unilaterales tomadas a espaldas no sólo de los grupos políticos sino de los ciudadanos.

Esos vecinos y vecinas con los que llenaron su programa electoral de participación, transparencia y democracia, valores que tres años después se ha demostrado que utilizaron simplemente para ocupar unos sillones y no para ponerlos en práctica.


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Queda un año de corporación, y para encararlo han decidido dinamitar cualquier puente de diálogo con la oposición, renunciando a proyectos de ciudad, prefiriendo tomar posiciones para las próximas elecciones, en una pugna interna por los puestos de sus listas, demostrando que de nada sirve la nueva política si actúa con los malos hábitos de la vieja.