El busto relicario de san Valero, patrón de la ciudad de Zaragoza, ha regresado a su hornacina del retablo mayor de la catedral de la Seo, en la capital aragonesa, tras haber sido restaurado y expuesto en la última edición de ‘Las Edades del Hombre’, en Burgos.

Esta pieza gótica puede contemplarse ahora como era tras llegar de Avignon (Francia) a finales del siglo XIV, cuando se convirtió en un modelo iconográfico para los bustos de las seos, colegiatas y templos de la Corona de Aragón. La obra contiene el cráneo del santo obispo patrón de Zaragoza y, para eso, dentro de ella hay un relicario extraíble, confeccionado con metal precioso que envuelve directamente la reliquia.

Además, el rostro que se retrata corresponde al de Benedicto XIII, también conocido como el del Papa Luna, según detalla el canónigo Ignacio Ruiz, responsable y conservador del patrimonio catedralicio. Diversas aportaciones confirman que el rostro del busto relicario corresponde a la auténtica efigie del Papa. Parece que el artista orfebre plasmó los rasgos fisonómicos del donante cuando fue proclamado pontífice en 1394. Respecto a su apariencia física existen testimonios de contemporáneos del Papa Luna que le describen como de “pequeña estatura y grácil” (1373) y de “complexión débil y delicada”. 

Según el canónigo, el Papa Luna había sido arcediano de Zaragoza y quiso regalar a su catedral el mejor busto posible para contener las reliquias de san Valero. Asimismo, la pieza está enriquecida con plata en su color y plata dorada, joyas, piedras preciosas y esmaltes.

UNA PRECISA RESTAURACIÓN

La restauración ha sido realizada en la propia catedral por la experta Susana Navarro. Junto a esta pieza, han llegado también los bustos de san Lorenzo y san Vicente, que pueden contemplarse de modo habitual en el banco del retablo mayor de la catedral zaragozana.

San Valero fue el primer obispo conocido de Zaragoza. Vivió a finales del siglo III y principios del siglo IV. Tuvo como diácono a San Vicente y, en la persecución de Diocleciano, ambos fueron conducidos a Valencia, donde el segundo sufrió martirio. La tradición afirma que san Valero murió en el destierro.