Para entender el problema de la carencia de viviendas en la ciudad de Zaragoza hay que volver la mirada a finales del siglo XIX, con la llegada de la industrialización y las problemáticas derivadas de este proceso.

El éxodo de la población campesina a Zaragoza en busca de un futuro laboral alentador supuso un crecimiento demográfico exponencial, una nueva realidad que no se palió con un plan que regulara la expansión y la urbanización de la ciudad, y que terminó derivando en una serie de problemáticas que influyeron en el desarrollo posterior de la capital aragonesa.


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En primer lugar, la ciudad histórica se colmató con viviendas que se organizaban a partir de una fachada estrecha pero de gran profundidad, sin apenas iluminación ni ventilación. Este tipo de construcciones generaron un entramado urbano compacto, sin apenas espacios libres, y por lo tanto, un ambiente carente de higiene. Podemos hacernos una idea de cual habría sido el escenario del casco urbano zaragozano gracias a las palabras que en 1884, Vicente Aserón y Sevilla, expuso en el Certamen Científico Literario:

Un cúmulo de habitantes que viven hacinados, superpuestos, por decirlo así, cuya atmósfera es insuficiente para que pueda verificarse la completa oxigenación, origen de predisposición para padecer toda clase de enfermedades, especialmente las asténicas y nerviosas”

Además de ello, el aumento de inmigrantes y de población desalojada del centro por las reformas de alineación y ensanche propició la ocupación de la periferia zaragozana, descuidándola y urbanizándola sin un plan concebido a partir de la autoconstrucción o la inversión de la burguesía en los llamados “barrios particulares”, carentes de planificación y estructuras, como fueron los barrios de Monforte, Delicias, Hernán Cortes, Cariñena, Venecia, Utrillas, San José, las Fuentes, etc.

Emplazamiento de casas baratas que se proyecta construir en la zona de ensanche de Miralbueno. Sección 6º (1936) / Archivo Municipal de Zaragoza

Ante ello, el Municipio entendió la necesidad de llevar a cabo acciones que mejoraran la salubridad y la higiene dentro del interior urbano mediante alineaciones, y también en la periferia con proyectos como el que en 1906, Ricardo Magdalena y Dionisio Casañal, redactaron para el ensanche destinado a ordenar el Sur de la ciudad, el cual no llegó a materializarse ante la oposición de muchos propietarios.

Este contexto abrió un mundo de posibilidades a la especulación inmobiliaria tanto en el interior como en las “afueras” de la ciudad. Unos problemas que se agravaron a partir de la crisis de los años 30 del siglo XIX con efectos muy adversos para las condiciones de vida de los ciudadanos de “a pie”.

LAS VIVIENDAS PROTEGIDAS

Estas problemáticas trataron de regularse mediante un complejo marco legal sobre la vivienda que se sucedió con las leyes de Casas Baratas de 1911, 1921 y 1924; la Ley de Casas Económicas de 1925; la Ley de Viviendas Protegidas y la creación del Instituto Nacional de la Vivienda en 1939; Ley de Vivienda Bonificada de 1944; la Ley de Viviendas de Renta Limitada de 1954, etc.

En las que, a rasgos generales, se recogían las condiciones que debían de reunir los adjudicatarios, las características de las mismas o las condiciones de transmisión; también se incluían reglas a nivel higiénico y económico, y no solo se centraban en la vivienda, sino que fomentaban la creación de barrios salubres de acuerdo a los planteamientos urbanísticos europeos. En 1957 se creó el Ministerio de la Vivienda y en 1958 se aprobó el Plan de Urgencia Social que dio lugar a las viviendas Subvencionas.

En Zaragoza, tras la primera Ley de Casas Baratas se constituyó la primera cooperativa, llamada de “San Antonio”, que entregó las diez primeras viviendas en la Carretera de Navarra en 1914. A partir de aquí se multiplicó la fundación de cooperativas con finalidades y propósitos diferentes, y desde 1939 la de otros promotores: Ayuntamiento, entidades benéficas, cajas de ahorro, sindicatos, ayuntamiento e iniciativa privada.


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Algunas de las construcciones que se llevaron a cabo fueron las viviendas de la barriada Rusiñol (1924-1928), Ciudad Jardín (1934), Agreda Automóvil (1939-1940), Francisco Caballero (1949-1946), Puente Virrey Rosellón (1050-1956), Vicente Escoriaza (1949-1955), Andrea Casamayor (1954-1957), Alférez Rojas (1957-1961), Aloy Sala (1956-1961) o Salduba (1958).                                              

UN IMPULSO RENOVADOR

Como señala Noelia Cervero en su libro Las huellas de la vivienda protegida en Zaragoza (1939-1959): “las huellas de los edificios son las huellas del hombre”, pues permiten ahondar en la historia social y constructiva de estos conjuntos residenciales, así como estudiar su “contribución al crecimiento de la periferia y su paisaje urbano” y por supuesto, la historia socioeconómica de la ciudad.

Desde 2001, este valor patrimonial e identitario viene marcado por la inclusión de muchos de ellos como Conjuntos Urbanos de Interés en el Catálogo del PGOU, los cuales son reconocidos “por sus especiales características de unidad y carácter de la edificación, morfología urbana, tipología edificada, ambientación, etc., son objeto de protección tendente a su conservación”.

Rehabilitación grupo Andrea Casamayor / Marquitectos

También, desde el año 2004, el Ayuntamiento estudia la actualización y equiparación al confort actual de cuatro bloques construidos entre 1950-1970 previamente seleccionados de 21 Conjuntos Urbanos de Interés bajo el impulso de la Sociedad Municipal Zaragoza Vivienda, concretados en los Avances de Plan Especial: El Picarral, Puente Virrey Rosellón, Andrea Casamayor y Alférez Rojas, que afectaban a 2.298 viviendas. Estos cuatro lugares se declararon Áreas de Rehabilitación Integral.

Como ejemplo de ello, en 2010 se llevó a cabo la rehabilitación integral de los conjuntos de Alférez Rojas y Andrea Casamayor. Del primero se rehabilitaron dos bloques para adecuarlos a las condiciones de habitabilidad (mejoras de accesibilidad, y otras a nivel energético y aislamiento térmico) y se añadieron distintos acabados y volúmenes que modernizaron el aspecto del grupo sin desvirtuar el sentido de “conjunto” y los valores constructivos originarios.

En la misma línea, el antiguo grupo Girón actualmente Andrea Casamayor, recibió una intervención en la que se integró un nuevo cerramiento para mejorar la envolvente térmica de la fachada y aislarla, se mejoró la accesibilidad y se construyó una nueva red comunitaria de calefacción y agua caliente dotada de paneles térmicos; una adecuación que recibió el premio nacional a la Mejor Actuación en el ámbito de la Rehabilitación y Revitalización Urbana en 2010.

Partiendo de estas experiencias piloto, se hace necesario que estas acciones no queden paralizadas y se hagan extensibles a otros conjuntos de viviendas con el fin de que puedan seguir mirando hacia el futuro con dignidad. Esto solo puede darse con una adecuación respetuosa de las mismas a las condiciones de habitabilidad actuales, sin olvidar el entorno urbano que les circunda, pues es éste el que otorga sentido, vitalidad e identidad a estos grupos históricos. 

*Laura Ruiz es Historiadora del Arte de la Universidad de Zaragoza

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