En 1118 caía la taifa musulmana de Saraqusta y Zaragoza se convertía en la nueva capital del Reino de Aragón gracias a Alfonso I El Batallador, cuarto rey de un territorio que daba el salto definitivo desde sus orígenes pirenaicos en dirección al sur.

Alfonso I de Aragón, nacido en 1073 en el Pirineo, fue hijo de Sancho Ramírez, rey de Aragón y de Pamplona, y de Felicia de Rouncy. Ascendió al trono aragonés tras la muerte de su hermanastro Pedro I, reinando durante 30 años en los que incorporó una extensión casi cuatro veces mayor que la heredada. Precisamente, por esa actividad guerrera ampliando territorios, le valió a este monarca el sobrenombre de ‘El Batallador’. Alfonso fue educado en su niñez en el Monasterio de Siresa, y durante los reinados de su padre, el rey Sancho Ramírez, y de Pedro I, estuvo en la cruzada de Barbastro en 1089. También participó en la toma de Huesca en 1096 y en la expedición que se envío a Valencia para ayudar el Cid.

UN REY QUE IMPULSÓ LA EXPANSIÓN DEL REINO

Aunque su destino no era reinar, tras morir su hermano Fernando, y posteriormente, Pedro I, Alfonso accedió en 1104 al trono de un reino que estaba en plena expansión, gobernando Aragón, Sobrarbe, Ribagorza y Pamplona. Desde el momento de su llegada al trono, el nuevo rey comenzó a preparar la expansión hacia el sur. En 1105 conquistó Tauste, en 1106 tomó Ejea de los Caballeros. En esa misma época, Alfonso reforzó varias posiciones situadas en el entorno de Zaragoza para avanzar en la conquista de la gran ciudad del Valle del Ebro, mientras avanzaba las conquistas en la Hoya de Huesca y Los Monegros.

En 1107 tomó Tamarite y San Esteban de Litera, y por esa época, según un documento fechado en 1108, Alfonso era también rey de Pallás y Arán. Para conquistar Zaragoza, Alfonso obtuvo en el Concilio de Toulouse los beneficios de Cruzada y tras conseguir el respaldo necesario, reunió un ejército en Ayerbe en el que había abundancia de francos, capitaneados por Gastón de Bearne. Tras conquistar localidades como Almudévar y Zuera, y después de siete meses de sitio, los almorávides entregaron la pujante ciudad y sus 20.000 habitantes en diciembre de 1118.

Alfonso I El Batallador

La ciudad de Zaragoza fue conquistada por Alfonso I en 1118 / HA

Alfonso, además de convertir Zaragoza en la nueva capital, y para evitar que la ciudad se despoblará, permitió quedarse a la población musulmana, con la condición de que en el plazo de un año se marcharan a vivir a los arrabales de la ciudad, mientras que el interior de la vieja medina fue repoblada por población cristiana. Para organizar la coexistencia de las distintas confesiones, Alfonso I otorgó a la ciudad un primer fueron en enero de 1119, organizando un sistema de aljamas.

Un año después de la caída de Zaragoza, en 1119, conquistó localidades como Tudela, Tarazona, Borja, Ricla o Épila. En 1120 rechazó la contraofensiva de los almorávides para reconquistar las tierras ocupadas por Alfonso en la batalla de Cutanda. Ese mismo año conquistó Calatayud. También hay que destacar la incursión que realizó en 1125-1126 contra Granada con un ejército formado por aragoneses, bearneses y normandos, recorriendo Teruel, Valencia, Játiva, Murcia, Baza, Granada, Málaga, Motril, Córdoba, Cuenca o Albarracín, entre otras ciudades. Durante esa incursión no realizó conquistas, pero sí que se trajo de vuelta hasta Aragón un gran botín, además de numerosos mozárabes que sirvieron para repoblar el recién conquistado Valle del Ebro. Además de mirar al sur, Alfonso I también quiso asegurar los territorios vasallos del sur de Francia.

UN MATRIMONIO SIN HEREDEROS

En 1109, y con el fin de dar un heredero para el reino, Alfonso I contraería matrimonio con Urraca, la hija del rey Alfonso VI de León. Al rey leonés, tras la muerte de su hijo Sancho en la batalla de Uclés, tan solo le quedaron sus hijas Teresa y Urraca. Esta alianza era vital para que León pudiera mantener ante los almorávides conquistas como las de las tierras de Soria, Guadalajara y Cuenca. En las capitulaciones matrimoniales se estableció que Alfonso de Aragón actuaría como rey de Castilla.

Pero muchos no vieron con buenos ojos este matrimonio. De hecho, un amplio porcentaje de la nobleza gallega se rebela en favor de los derechos sucesorios de Alfonso Raimúndez, el fruto del anterior matrimonio de Urraca con Raimundo de Borgoña. Para sofocar la rebelión, Alfonso I se desplaza hasta Galicia con un ejército de aragoneses y pamploneses para derrotar a los gallegos en el castillo de Monterroso.

Además de los conflictos con los nobles, el matrimonio entre Urraca y Alfonso no fue fácil por el difícil carácter entre ambos, provocando una guerra civil entre los seguidores leoneses, gallegos y castellanos de Urraca, y los seguidores de Alfonso. El matrimonio no tuvo descendencia y el Papa anuló la unión entre Urraca y Alfonso en 1110 tras las presiones de los partidarios de Alfonso Raimúndez para anular el enlace a causa de la consanguinidad de ambos, al ser los dos biznietos de Sancho el Mayor. La anulación se hizo efectiva en 1110, y el Papa llegó a excomulgar a los reyes ya que no cumplieron la separación en un primer momento.

UN TESTAMENTO QUE PUSO EN PELIGRO AL REINO

Dado que del matrimonio de Urraca y Alfonso no nació ningún descendiente, y como el rey aragonés no volvió a casarse, al fallecer el monarca sin descendencia el reino se sumergió en una tremenda crisis a causa del testamento del rey, que legó sus posesiones a las órdenes militares de los Templarios, los Hospitalarios y a la Orden del Santo Sepulcro. Con esta decisión, la integridad y el futuro del Reino tal y como se conocía hasta ese momento corrían un serio peligro. Por eso, los nobles aragoneses y pamploneses no aceptaron el testamento, y decidieron elegir nuevo monarca para gobernar el país. Mientras los aragoneses eligieron a Ramiro II El Monje como monarca, los pamploneses hicieron lo propio con García V El Restaurador. De esta manera, Aragón y Navarra se separarían de forma definitiva.