Las ciudades cambian con el paso de los años. El crecimiento demográfico, las nuevas tendencias urbanísticas, la necesidad de modernización… A finales del siglo XIX y durante buena parte del siglo XX el Casco Viejo de Zaragoza vivió una transformación sin parangón cuando se abrieron nuevas vías como la calle Don Jaime, la calle Alfonso I o San Vicente de Paúl.


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También la zona del Mercado Central de Zaragoza sufrió una gran transformación al construirse la avenida de César Augusto, dentro de esa política de esponjamiento del casco histórico que llevaron a cabo sucesivas corporaciones municipales de la capital aragonesa.

De hecho, el Mercado Central, construido por el arquitecto Félix Navarro, estuvo a punto de desaparecer, siguiendo el triste ejemplo de otros edificios como la Torre Nueva durante ese proceso de reforma urbana. Pero por suerte, el mercado modernista pudo sobrevivir a las ansias destructoras de nuestro ayuntamiento gracias a la fuerte oposición ciudadana.

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Las calles derribadas tenían una intensa actividad comercial / Gran Archivo Zaragoza Antigua

El entorno del Mercado era un entramado de calles de origen medieval y fuerte componente comercial que estaba amenazado desde 1939. A finales de los años 30, se pensó que una gran avenida denominada Vía Imperial debía unir el puente de Santiago con el sur de la ciudad. La idea sobrevoló despachos y planes urbanísticos desde ese momento.

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La calle Cerdán en 1976 / Gerardo Sancho Ramo – GAZA

Pero no fue hasta finales de la década de los años 70 cuando se puso en marcha. Las víctimas principales, la calle Escuelas Pías (debía su nombre gracias al centro escolar más antiguo de la ciudad no trasladado de ubicación), la calle Cerdán y la manzana que dividía ambas calles desde el Coso y Conde de Aranda. Cuentan las crónicas que estas callas tenían una completa oferta comercial, con zapaterías, perfumerías, sastrerías, tiendas de aparatos eléctricos, farmacias, pastelerías, una cafetería, un banco, ferreterías…

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Este edificio estaba frente al Mercado Central / Tomás Mora – Rafael Castillejo

Estas calles aportaban a Zaragoza una curiosa forma en curva, muy poco habitual en el caso histórico de la ciudad, fruto probablemente de la forma de la vieja muralla romana. Pero eso no fue problema para que los munícipes zaragozanos decidieran sacrificar esta zona de la capital con tanto sabor en aras de la modernidad. Así, y tras décadas soñando con esos derribos, esas viejas calles desaparecieron en 1977, con edificios como el que cerraba la manzana asomándose al Mercado Central, con porches incluidos.


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Las ansias modernizadoras del ayuntamiento también quisieron arrasar el Mercado Central para estirar la avenida hasta el Ebro. Por suerte, la oposición de los vecinos evitó  el derribo, salvaguardando así para el futuro uno de los edificios más icónicos del modernismo. Por una vez, lo que podía haber sido una triste historia para el patrimonio zaragozano tuvo un final feliz. Y con su conservación, se frustró el sueño municipal de crear una gran avenida que comunicara la Academia General Militar con Vía Hispanidad.