Un proyecto tan novedoso como espectacular. Así se concibió la construcción del Canal Imperial de Aragón como un proyecto que impulsará a España a la modernidad como hacía en sus canales Francia o Inglaterra. El Canal Imperial de Aragón es una de las obras de hidráulica más importantes de Europa.


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La Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, encabezada por el conde  de Aranda, persona de gran influencia en el reinado de Carlos III, fue la que propuso al rey la construcción del Canal Imperial de Aragón. 

Su construcción tenía por objeto mejorar el regadío de la antigua Acequia Imperial de Aragón, llevando el agua del río Ebro hasta Zaragoza y permitiendo extender el regadío en la ciudad. Así mismo estableció un servicio de transporte de viajeros y mercancías entre Tudela y Zaragoza.

Pero hubo antecedentes de otros proyectos que intentaron hacer algo similar. Ya en 1510 los Jurados de Zaragoza pidieron al Rey Fernando el Católico el privilegio de sacar del Ebro una acequia para mejorar y extender los riegos de la huerta meridional de Zaragoza.

Gil de Morlanes redactó un proyecto aceptado por Carlos I en 1529 para construir la Acequia Imperial y durante 10 años se construyó en Fontellas una presa de sillería (aguas abajo de la actual), una casa de Compuertas (el hoy llamado Palacio de Carlos V) y una acequia desde El Bocal hasta Gallur. Las dificultades económicas y políticas, unidas a los problemas técnicos impidieron que las obras llegaran a su fin.


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Todo cambió el 9 de mayo de 1772 al nombrar el Conde Aranda a Ramón de Pignatelli protector del Canal, cuya idea era construir un Canal que comunicara el Cantábrico con el Mediterráneo, aunando la necesidad de saciar los regadíos de la ribera alta del Ebro y de cubrir los deseos de navegación que permitiera transportar directamente sus productos agrícolas hasta el mar.

En 1782 las aguas ya cruzaban sobre el río Jalón por el grandioso acueducto que actualmente se encuentra en servicio. En ese mismo año, llegaron las aguas del canal a la ciudad de Zaragoza y Pignatelli mandó construir una fuente de gruesos chorros junto a las esclusas de Casablanca, como celebración y memoria de este sorprendente logro: es la conocida Fuente de los Incrédulos, donde se puede leer una inscripción en latín que reza: INCREDVLORVM CONVICTIONI ET VIATORVM COMMODO / Para convicción de los incrédulos y comodidad de los caminantes.

UN CANAL PARA NAVEGAR

En cuanto a la navegación, el otro objeto del canal, nunca se cumplió plenamente ya que el cauce no se alargó más abajo de Zaragoza. En el siglo XIX se intentó prolongar el cauce hasta Tudela y construir esclusas en Zaragoza para comunicarlo con el Ebro, pero esta idea por los altos costes, no llegó a realizarse.

La navegación del canal, que ha perdurado hasta hace poco, fue establecida por Pignatelli. Comenzó a funcionar en 1789 y ofreció un servicio de transporte de mercancías y viajeros por la ciudad de Zaragoza. Una buena muestra de ello era el barrio de Torrero de la capital aragonesa que constituía el mayor parque fluvial para disfrute de sus vecinos y del resto de Zaragoza.


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Fuera de los usos recreativos del Canal Imperial en la ciudad de Zaragoza, la existencia entre regiones de una aduana entre Navarra y Aragón dificultó el tráfico interregional de mercancías; no obstante, el canal cumplió con efectividad su mermado papel de vía de comunicación comarcal. El tráfico alcanzó un cierto volumen en los últimos años del siglo XVIII pero quedó cortado a causa de la guerra de la Independencia.

A mediados del siglo XIX ya se había recuperado, pero el establecimiento en 1861 del nuevo ferrocarril Zaragoza-Alsasua, con un recorrido paralelo al del canal, hundió el tráfico. La construcción de otras líneas de ferrocarril hizo perder fuerza a las ideas de prolongar el canal y hacer navegable el Ebro.