El patrimonio de Zaragoza no tiene buena suerte. La universidad de la Magdalena, las joyas modernistas del Paseo de Sagasta, o el palacio de la Diputación del Reino son algunos de los impresionantes edificios que Zaragoza ha ido perdiendo con el paso de los años.


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La Torre Nueva es otro de esos edificios caídos que nunca deberían haber desaparecido. Por su parte patrimonial, pero también porque durante siglos fue el más importante símbolo de la capital aragonesa, acompañando la vida de los zaragozanos al marcar las horas, anunciar incendios o incluso los bombardeos franceses durante los Sitios de Zaragoza.

La Torre Nueva se construyó en estilo mudéjar en el siglo XVI en un angosto espacio junto a la iglesia de San Felipe. Un 22 de agosto de 1504 los jurados de la capital del reino acordaron levantar una torre con reloj y campanas de uso civil al estilo de las que se levantaron en muchas ciudades europeas para medir el tiempo en la ciudad. El rey Fernando El Católico aceptó el proyecto para erigir esta torre sin uso religioso.

La obra se estiró durante quince meses y costó 4688 libras jaquesas y 10 sueldos. Para su ejecución se contó con los recursos de las sisas. Precisamente, hay quien achaca a las prisas al ser construida que poco tiempo después de ser construida, la torre comenzara a inclinarse. La torre tenía planta octogonal con 45 pies de diámetro. Y para la construcción se utilizó ladrillo a cara vista, contando con una precios decoración a base de cerámica y figuras geométricas. En lo que respecta a la altura, la torre alcanzó los 312 pies convirtiéndose en todo un símbolo y en el edificio más alto de la ciudad en aquel momento.

UNA TORRE INCLINADA

La Torre Nueva

Al poco de ser construida, la Torre Nueva comenzó a inclinarse / HA

Al poco de ser inaugurada, la Torre Nueva comenzó a inclinarse. Algunas fuentes de la época apuntan a que es posible que ese inclinamiento se produjo a causa de las prisas con las que se cimentó y construyó el primer tramo de la torre. La parte sur de la torre fraguó más rápidamente que la norte, y eso provocó tensiones entre ambos lados que desencadenaron la inclinación de la torre. Con el tiempo, la Torre Nueva se convirtió en la torre inclinada más famosa de España, convirtiéndose en protagonista de grabados de los viajeros que llegaban a la ciudad, y posteriormente en el siglo XIX, también se convirtió en objetivo de fotógrafos.

LA TORRE NUEVA, ATALAYA EN LOS SITIOS

Desde el siglo XVI la torre fue la protagonista de la vida urbana de la ciudad marcando la vida de los habitantes de la capital del reino. Pero sin duda, cuando más importancia adquirió este edificio fue durante Los Sitios de Zaragoza. En esos días aciagos para la capital, la torre sirvió tanto de atalaya para controlar los movimientos de las tropas francesas que cercaban la ciudad como para avisar de los bombardeos de los proyectiles franceses que caían sobre los sitiados.

EL DERRIBO DE UN ICONO

Torre Nueva

La Torre, con el andamio proyectado por Ricardo Magdalena para el derribo / Proyecto Gaza

Pese a ser un edificio emblemático, la Torre Nueva tuvo un triste final. En diciembre de 1846 tras un fuerte temporal se produjeron desprendimientos de ladrillos de la torre a causa de la falta de mantenimiento. Entre los vecinos de la torre se fue creando un temor ante el riesgo de que el edificio acabara desmoronándose sobre ellos. En 1860 el arquitecto municipal José de Yarza y Miñana intervino tanto en el interior como en el exterior de la torre para consolidar el edificio. En 1878 incluso se le quitó el chapitel para intentar aligerar el peso de la estructura. Pero esas intervenciones no bastaron para salvar a la torre.

El 12 de febrero de 1892 el ayuntamiento decidió demoler la torre basando su decisión en la inclinación y en la presunta ruina. Frente a la decisión municipal del Ayuntamiento surgió un movimiento ciudadano encabezado por un nutrido grupo de intelectuales para frenar el derribo y evitar que la ciudad perdiera uno de sus símbolos desde el siglo XVI. Como ejemplo, los hermanos Gascón de Gotor publicaron numerosos artículos para denunciar el ‘torricidio’.


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Finalmente, el derribo se publicó en el Boletín Oficial un 16 de julio de 1892. Para despedirse de la torre, los zaragozanos pudieron subir a lo alto pagando un precio simbólico (en la época se criticaron estas visitas ya que no se entendía que se permitiera acceder a la torre a los ciudadanos teniendo en cuenta el presunto riesgo de ruino del edificio).

El derribo de la torre comenzó en verano de ese año, y se prolongó durante un año, acabando así con la historia de una torre mudéjar que fue símbolo de la ciudad durante varios siglos. Sus ladrillos se vendieron para construir nuevas casas de la ciudad.