Para quienes pensaban que los monasterios en medio de la nada, con religiosos paseando en busca de espiritualidad solo se veían ya en las películas, hay uno más cerca de lo que creían. Se trata del Monasterio de Santa María del Olivar, en la localidad turolense de Estercuel.


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En realidad es un convento histórico masculino de la orden de la Merced, con 700 años de antigüedad. Situado en el campo, es el único en Aragón de estas características con vida religiosa en el que todavía habitan frailes. El más longevo es Fray David, que lleva viviendo allí 45 años y es casi nonagenario. Le acompañan otros cuatro religiosos con edades entre los 56, los que tiene fray Fernando, el más joven, y los alrededor de 70 del resto.

A diferencia de los monjes, que llevan una vida aislada de contemplación, los frailes de la orden de la Merced forman una comunidad activa, en este caso, de cinco personas. Eso no quita para que el del Olivar, como muchos otros conventos y monasterios, sea todavía un lugar propicio para cultivar la oración.

El día en esta comunidad religiosa comienza temprano, con la liturgia de las 7:45 horas y la posterior eucaristía, a la que pueden acudir libremente vecinos del pueblo o huéspedes alojados en la hospedería del monasterio. A las nueve toman el desayuno y, hasta la hora de comer, se dedican a las tareas cotidianas, que van desde trabajos administrativos, hasta labores en el huerto que ellos mismos cultivan.

Tras la comida, que se sirve sobre las dos, procuran siempre contar con un buen rato de sobremesa, en el que poder conversar, entre ellos y también con los huéspedes de la hospedería. En invierno la cena se adelanta, con el rezo previo de las vísperas (la oración de la tarde), sobre las ocho. Antes de acostarse, siempre queda un tiempo que cada uno dedica a sus lecturas y reflexiones en privado.


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Pero esta vida monacal e íntima no está reñida con el mundo exterior, al que se conectan también gracias a las nuevas tecnologías. En el monasterio hay teléfono fijo, televisión y conexión a internet, aunque no cobertura de móvil. No es porque no la deseen, sino porque la señal de las compañías telefónicas no siempre llega a según qué zonas del medio rural aragonés.

No es del todo de extrañar en este caso, ya que la carretera que lleva al monasterio desde Estercuel, a unos cuatro kilómetros, prácticamente acaba en este singular lugar. Su continuación es una pista de tierra que llega hasta la vecina localidad de Crivillén y que apenas se transita. El siguiente municipio más cercano es Oliete, a 20 kilómetros en dirección norte.

Una situación privilegiada, entre campos de cultivo y naturaleza, que pone los dientes largos a cualquiera. “El aislamiento y la soledad que solo ocurrían en los monasterios más importantes, aquí se ha mantenido desde los orígenes, en el año 1250, y eso ahora es un activo. Lo que antes era un inconveniente, ahora es una ventaja”, asegura fray Fernando Ruiz, superior del convento.

Ésta es su segunda etapa de estancia en el monasterio. Vivió en él del 97 al 2000 y después fue enviado a misiones en Roma, Venezuela y Guatemala. En 2017, regresó a España y desde entonces, Santa María del Olivar vuelve a ser su casa.


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Una casa inmensa y en plena naturaleza que está abierta a todos. De hecho, en el monasterio se organizan cursos de yoga para profesores y grupos de mindfulness han encontrado allí el lugar de paz perfecto para sus prácticas. No en vano, en la zona se dice que este monasterio es la huella del silencio.