El Conde de Aranda ha sido uno de los aragoneses más ilustres e influyentes en la historia de España. Quizás, junto a Goya, sea el aragonés más importante del siglo XVIII. Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, X Conde de Aranda, cabeza del Partido Aragonés en Madrid, elogiado por los racionalistas de la Enciclopedia francesa y aplaudido durante el proceso de independencia de los Estados Unidos, estuvo al servicio de Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV.


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En su vida, fue de todo. Además de poseer veintitrés títulos nobiliarios y ser dos veces grande de España, el X Conde de Aranda fue militar, diplomático, estadista, gobernante…. En su haber de cargos, destacan puestos como el de embajador en Portugal, Polonia y Francia, director general de Artillería e Ingenieros, general jefe del ejército invasor de Portugal, capitán general, presidente de la Audiencia y virrey de Valencia, presidente del Consejo de Castilla y capitán general de ese reino, ministro plenipotenciario de España en París, llegando a ser primer ministro con el rey Carlos IV, o decano del Consejo de Estado.

LA SUBIDA AL PODER: EL MOTÍN DE ESQUILACHE

Conde de Aranda

El Motín de Esquilache supuso la subida al poder del Conde de Aranda / HA

Una carrera meteórica para este aragonés que nació en 1719 en Siétamo y que ascendió a la política nacional tras la renuncia al cargo de gobernador de Valencia, para presidir en 1765 el Consejo de Castilla, y para ser capital general de Castilla La Nueva en 1766. Durante el motín de Esquilache, parece ser que la revuelta popular contra el marqués de Esquilache se utilizó a favor del conde de Aranda. De hecho, Carlos III llamó al conde para que asumiera la presidencia del Consejo de Castilla.

El motín acabó gracias a las concesiones arrancadas a Carlos III. Y de forma hábil, el conde de Aranda, apoyándose en nobles aragoneses como Manuel Roda, o por abogados como Múzquiz, Campomanes y Floridablanca, consiguió abolir esas concesiones otorgadas por el rey con el fin de mantener los privilegios de la monarquía, pero sin exaltar al pueblo, que podía protagonizar nuevos motivos.

SU ETAPA REFORMISTA

Durante su etapa al frente del Consejo de Castilla, el Conde de Aranda puso en marcha una política reformista basada en la Ilustración, con reformas en la economía. En este campo, además de reformas agrarias, apoyó a las Sociedades Económicas de Amigos del País (entre ellas, la aragonesa, una de las más importantes), y elaboró el primero censo de población que se hacía en España. También apoyó continuar las obras del Canal Imperial de Aragón, interrumpidas 100 años antes.

Todas esos proyectos reformistas se pusieron en marcha con el apoyo del Partido Aragonés. Un partido, o facción, que estaba formado por familias nobles aragonesas, como el Duque de Villahermosa, el conde de Ricla, o los Pignatelli, además de militares cercanos a Aranda, y varios pensadores y economistas miembros de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País.

Pese a sus reformas y a la habilidad que demostró en política, el Conde de Aranda y el Partido Aragonés cayeron en desgracia tras la ocupación de las Malvinas por los ingleses. Aranda era partidario de la guerra con los ingleses, mientras que Grimaldi, el ministro de Negocios Extranjeros, apostaba por la vía diplomática. Pero tras la ocupación de Port Egmont por los británicos, y tras su pugna con Grimaldi, el Conde de Aranda debió abandonar la presidencia del Consejo de Castilla, siendo nombrando embajador den París en 1773.

SU ETAPA DE EMBAJADOR EN PARÍS

Durante su estancia en la capital francesa, además de acercarse a las ideas ilustradas y conocer a los principales enciclopedistas. En esa época llegó a conocer a Benjamin Franklin, embajador de las colonias norteamericanas e inventor del pararrayos. Hay que tener en cuenta que España, junto a Francia, apoyó a las colonias en su guerra de Independencia de Inglaterra. Con el fin de la guerra, y con la firma del tratado de Paz con Gran Bretaña, el Conde de Aranda se marcó un tanto. En este tratado, Aranda consiguió que Inglaterra devolviera a España la isla de Menorca, además de la Florida y de distintos territorios hispanoamericanos. La parte negativa es que tuvo que reconocer la soberanía de Gibraltar.

Precisamente, a raíz de la independencia de Estados Unidos, Aranda supo anticiparse un siglo y ver el peligro que se cernía sobre España y ante la amenaza de que el nuevo país se expandiera, y que la Corona española no pudiera defender sus posesiones. Por eso, propuso a Carlos III que diera la independencia a sus colonias, salvo Cuba, Puerto Rico y determinadas zonas, y colocara como reyes a tres infantes, quedando el monarca español como emperador. Pero esas ideas nunca fueron escuchadas por la corona española.


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Al margen de su trabajo y su preocupación por la situación americana, desde París, el Conde de Aranda seguía trabajando para que el Partido Aragonés volviera a recuperar el poder en Madrid. Así, tras una fallida operación de castigo en Argelia, Aranda obtuvo el apoyo del príncipe de Asturias, y promovió la caída de Grimaldi como ministro de Estado tras una fallida expedición de castigo a Argelia. Pero aunque Grimaldi cayó en desgracia, Aranda no pudo hacerse con el puesto, ya que el elegido fue Floridablanca. Aún así, tras su vuelta a Madrid en 1787, el aragonés se rodeó de un grupo de nobles y militares que buscaban la caída de Floridablanca.

LA REVOLUCIÓN FRANCESA, PODER Y CAÍDA DE ARANDA

Conde de Aranda

La Revolución Francesa supuso la vuelta al poder y la caída definitiva del Conde de Aranda / HA

Con la llegada al trono de Carlos IV, Floridablanca se apoyó en la Iglesia y en la Inquisición para ocultar lo sucedido a raíz de la Revolución Francesa para evitar que las ideas revolucionarias se expandieran por España. El Conde de Aranda utilizó precisamente estos hechos para atacar a Floridablanca, a la Inquisición, y finalmente, con la ayuda del Partido Aragonés, el monarca destituyó a su ministro, aupando al poder a Pedro Abarca de Bolea en febrero de 1792.

Tras su nombramiento, Aranda decidió relajar el control hacia lo sucedido en Francia. Al menos, hasta que la familia real francesa fue encarcelada. Las ideas reformistas, y su relación con las enciclopedistas, junto al cada vez más turbio ambiente que había en Francia, provocaron que a finales de 1792, el conde de Aranda fuera sustituido por Manuel Godoy, guardia de corps y hombre de confianza de la reina María Luisa. Aranda continuo como decano del Consejo de Estado, desde donde ejercía oposición a Godoy.


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Y en ese cargo estuvo hasta que en 1794, Aranda atacó en ese organismo la continuidad de seguir la guerra con Francia decidida por Godoy. Ese ataque fue aprovechado por Godoy para presionar al rey para que destituyera a Aranda, una decisión que el monarca tomó ese mismo día, siendo desterrado a Jaén. En 1785 se le permitió volver a Aragón, muriendo en su palacio de Épila en 1798. Sus restos están enterrados en el Monasterio de San Juan de la Peña. Precisamente, Aranda y Carlos III dignificaron el panteón real de este monasterio.

LA LEYENDA NEGRA DEL CONDE DE ARANDA

Pese a todos los logros del X Conde de Aranda, lo cierto es que sus enemigos, tanto nacionales, como extranjeros, se encargaron de elaborar una leyenda negra, potenciada por los sectores más conservadores y por intelectuales como Menéndez Pelayo, con acusaciones como que había sido masón, que fue enemigo de los jesuitas, por su relación con los revolucionarios franceses o por su amistad con Voltaire. Una imagen estereotipada que esconde sus logros, y que lamentablemente todavía no se ha borrado del todo, pese a tener una céntrica calle en el centro de Zaragoza o en el Barrio de Salamanca de Madrid.

Realmente, tras esa leyenda negra, el Conde de Aranda no fue ni gran masón de la Logia Oriental tal y como se le acusa, ni estuvo cerca de las ideas revolucionarias francesa (aunque durante los años de embajador en París sí que desarrolló una relación con filósofos y enciclopedistas célebres), ni tampoco fue enemigo de los jesuitas. De su expulsión, el Conde Aranda tan solo fue un funcionario que ejecutó la orden cuando no había marcha atrás, pero no fue la gran mente que diseñó el final de la orden tal y como le atribuyen. De hecho, los protegió, tal y como indica el historiador Guillermo Fatás, ya que un medio hermano, y varios amigos, pertenecían a esta orden. Los propios jesuitas hablan con agradecimiento de Pedro Abarca de Bolea.

Entre los mitos para atacarle, el Conde de Aranda tampoco fue un defensor de la Revolución Francesa. Aunque tuviera relación con los enciclopedistas o con Voltaire (el francés le dedicó unas palabras en su Diccionario filosófico), Aranda estaba en las antípodas de los revolucionarios franceses. De hecho, aunque el Conde Aranda era un ilustrado, su mente nobiliaria y el servicio a la Corona marcaron su vida. Su forma de ver el mundo quedó clara cuando en 1792 España declaró la guerra a la Francia de la Revolución y calificó a los franceses como ‘fanáticos gallos’.