Ha pasado casi un mes desde que Cristina G. fuese sorprendida en el rellano de su casa y asesinada a puñaladas presuntamente por su vecino, Adil Lazizi, un hombre que en enero de 2021, tras pasar cerca de 19 años en prisión por asesinar a otra mujer en Madrid, decidía no regresar a la cárcel de Zuera tras un permiso.


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Más de dos semanas después, y tras un trabajo pormenorizado en la casa de la víctima y el presunto asesino, el Grupo de Investigación de Homicidios de la Policía Nacional permitió a la familia entrar a la vivienda de Cristina para hacerse cargo de las pertenencias de la joven. Pudieron enterrar su cuerpo y darle sepultura pero no habían podido entrar todavía en su casa. Los padres y hermanos de Cristina visitaban hace unos días a Rafael Ariza, abogado zaragozano que va a representarles como acusación en el juicio contra Lazizi. «Vinieron todos muy unidos, con uno solo mensaje; incluso las parejas de los hermanos quisieron estar también presentes, algo que no suele ser habitual», relata Ariza, experimentado penalista.

La violenta muerte de la joven de 32 años a manos de un hombre que había huido de la cárcel y vivía con «relativa tranquilidad» en un piso de la calle Alegría, en el barrio zaragozano de San José, ha dejado muy sorprendidos a los familiares de la joven, que han pedido a su abogado también intervenir contra el Estado, por su parte de responsabilidad. «No entienden que una persona tan peligrosa como ésta haya estado viviendo tranquilamente tras fugarse de un permiso penitenciario. Cristina no sabía el peligro al que un momento dado podía enfrentarse», relata Ariza tras hablar con los padres y hermanos de la víctima.

La joven, que trabajaba hace ya 15 años en una empresa de seguros con oficinas en pleno centro de la capital aragonesa, llevaba, dicen, una vida muy tranquila, ocupada en su trabajo, su independencia, de la que disfrutaba desde hace ya un tiempo y de las personas que podían necesitar su ayuda.


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AYUDANDO A SU TÍA INVIDENTE

La vida de esta joven trabajadora se truncó una tarde cuando volvía de ver a unos amigos. Cristina también era muy dada a echar una mano a quienes lo necesitasen. De hecho, acudía con bastante asiduidad, cuentan sus allegados, a cuidar y atender a una tía carnal invidente, de la que estaba muy pendiente cada vez que necesitaba algo.

La muerte violenta de Cristina presuntamente a manos de Adil Lazizi se suma a la de otra mujer, de origen marroquí, hace ya 21 años en el barrio madrileño de Tetuán. El único acusado por el crimen de la calle Alegría cumplió condena por haber asestado varias puñaladas a otra joven que, según relataba la prensa madrileña entonces, se había quedado dormida y no había accedido a tener relaciones sexuales con Lazizi, a quien acompañó al piso de un amigo tras conocerse en una noche de fiesta.

Ahora Lazizi ha vuelto a Zuera, de donde se fugó tras un permiso, y tendrá que hacer frente al cargo de asesinato de una joven, Cristina, que intentó, según la investigación, defenderse pero que finalmente murió apuñalada en el rellano de su casa.