Con apenas 25 años, Javier Moragrega, natural de la localidad de Beceite, decidió apostarlo todo a promocionar el turismo en su Matarraña querido. Desde entonces han pasado otros tantos años, los mismos que este valiente emprendedor lleva viviendo de su tierra, en su tierra y para su tierra. Tiene una empresa de turismo activo y también un hotel que funciona con la filosofía ‘slow travel’, para aquellos que disfrutan de los viajes sin prisa.


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Estudió un grado de Agricultura fuera del pueblo y trabajó como retén de bomberos y también en el campo, en las tierras de la familia. Amante de la naturaleza, la montaña y el deporte, pronto se decantó por crear una empresa de turismo activo con su hermano Alberto. Senda se puso en marcha en el año 98 y desde entonces ofrece actividades senderistas, en bici o acuáticas, en el pantano de Pena.

Una vez inmerso ya en el sector turístico y también alentado por su mujer, que había estudiado Turismo, compraron una antigua fábrica de papel en ruinas, conocida popularmente como la Solfa. Corría el año 2000 y el plan era rehabilitar el edificio para convertirlo en un hotel con encanto.

La fábrica papelera presentaba este aspecto cuando Javier la compró / HOY ARAGÓN

Así es como el Hotel La Fábrica de Solfa ve la luz, más tarde de lo esperado, por cuestiones burocráticas, y en plena crisis, en 2009. Pese a ello, el éxito de este establecimiento con ocho habitaciones en un entorno de excepción a orillas del río Matarraña, fue creciendo en poco tiempo.

Sobre todo en temporada alta, la ocupación era casi del cien por cien todos los fines de semanas, con la mayoría de turistas de las comunidades vecinas de Valencia y Cataluña. El negocio iba viento en popa y la plantilla fue creciendo, hasta consolidarse en las actuales ocho personas.

Pero ¿por qué hablar en pasado? El covid tiene la respuesta. Desde que estalló la pandemia Javier reconoce que están adaptándose como pueden a las circunstancias. “Hemos acondicionado una terraza, habilitado un nuevo comedor interior, invertido en medidas de seguridad y desinfección…”, explica.


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En definitiva, los mismos o más gastos con una actividad que se desarrolla al 30% de lo habitual. “Desde que pudimos volver a abrir y durante todo el verano trabajamos muy bien. Pero en noviembre y diciembre tuvimos que cerrar”, recuerda. Tanto él como su hermano son autónomos y los ochos empleados están en un ERTE del que van saliendo conforme aumenta la demanda en el hotel.

Tanto en Semana Santa como en estos primeros fines de semana de primavera se ha observado un aumento de la ocupación, aunque nada comparado con lo habitual. “En un año normal estaríamos llenos cualquier fin de semana, ahora quizás con suerte los puentes”, asegura Javier.

A la situación pandémica hay que sumar que los clientes más comunes de La Fábrica de Solfa son de fuera de Aragón quienes, por el momento, no pueden acceder a la comunidad. “Sin esa movilidad tenemos las alas cortadas. Cuando esa gente pueda venir la afluencia será total, pero de momento es la justa”, lamenta.

Un hotel que persigue la filosofía ‘slow’ / R. VARGAS

Y eso que es consciente del compromiso que los vecinos de Beceite, así como los de la comarca y los aragoneses en general, está mostrando con su tierra. Ahora que no se puede salir de la Comunidad, el hotel recibe más visitantes de Aragón que antes

Además, el establecimiento cuenta con un buen gancho, el restaurante. Con el chef Kike Nicolau al frente, su carta ofrece productos de proximidad. Es natural de Valderrobres, como el resto de los integrantes de la plantilla, que son todos de la zona. 

El complejo cuenta con su propio huerto y Javier siempre ha tenido muy presentes sus raíces. “Estamos al tanto de las novedades y adaptados a las nuevas tecnologías pero nunca hay que olvidar los orígenes de donde uno viene”, dice, parafraseando a su padre, que siempre les ha recordado esta lección.

En todos estos años, Javier reconoce haber pasado momentos buenos y otros no tanto, por cuestiones laborales y también personales. Pero, a pesar de todo, su espíritu emprendedor y la pasión que siente por su tierra le hacen continuar en su labor. “Nuestra lucha siempre ha ido dirigida al turismo ligado a la agricultura y a nuestra identidad”, defiende. 


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Para contagiarse de este espíritu basta con alojarse en una de las coquetas habitaciones de este hotel boutique, o sucumbir a cualquiera de las sugerencias del restaurante. Mención especial al Fesol de Beseit, una judía blanca cultivada exclusivamente en la zona. Es más fina que las demás, gracias a las frías aguas con las que crecen, y en La Fábrica de Solfa nunca faltan en el plato.