El presidente de Rusia, Vladímir Putin, esgrimió hoy su poderío nuclear ante el chaparrón de sanciones occidentales y las «declaraciones agresivas» de los líderes de la OTAN, mientras aceptaba entablar negociaciones con Ucrania, en el cuarto día de la «operación militar especial» que lanzó en ese país. «Los más altos cargos de los principales países de la OTAN se permiten declaraciones agresivas en contra de nuestro país, por eso ordeno al ministro de Defensa y al jefe del Estado mayor poner las fuerzas de disuasión del Ejército ruso en régimen especial de servicio», dijo Putin.

El mandatario impartió esta directiva con el ceño adusto en una reunión con el titular de Defensa, Serguéi Shoigú, y el jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas, Valeri Guerásimov, según la imágenes transmitidas por la televisión estatal. Las fuerzas de disuasión de Rusia la componen las estratégicas nucleares, incluidos los misiles intercontinentales, así como fuerzas no nucleares, y la defensa antimisiles, el sistema de alerta temprana y la defensa antiaérea.

Putin no precisó en qué consiste el «régimen especial de servicio», pero fue interpretado inmediatamente por Occidente como una puesta en estado de alerta del potencial nuclear del país. «Comportamiento irresponsable», «peligrosa retórica», con esas palabras calificó el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, el anuncio del jefe del Kremlin. Agregó que a ello se suma lo que «los rusos están haciendo sobre el terreno en Ucrania, lanzando una guerra contra una nación soberana independiente. Esto añade gravedad a la situación». Desde Washington acusaron al presidente ruso de continuar con su táctica de «fabricar amenazas» para «justificar agresiones». En las imágenes emitidas de la reunión con Shoigú y Guerásimov, Putin habló de las «ilegítimas sanciones occidentales», pero no hizo ninguna referencia a su «operación militar especial», como denomina a la invasión.

Mientras, el Ministerio de Defensa reconoció por primera vez en cuatro días de guerra la existencia de bajas en las filas del Ejército. «Lamentablemente tenemos camaradas muertos y heridos», declaró en rueda de prensa el portavoz del Ministerio de Defensa, Ígor Konashénkov, sin especificar su número. Tras señalar que las pérdidas rusas son «considerablemente menores que la cantidad de nacionalistas aniquilados o de bajas en las Fuerzas Armadas de Ucrania», el portavoz castrense admitió la «existencia de prisioneros de guerra capturados por las fuerzas ucranianas». Según Kiev, las bajas mortales de los rusos en cuatro días de guerra ascienden a entre 2.800 y 3.000 mientras que la propias suman 198, todas cifras imposibles de contrastar.

NEGOCIACIONES EN LA FRONTERA

En esta tesitura, Rusia y Ucrania acordaron celebrar negociaciones en puesto de control de Aleksandrovka-Vilcha, en la frontera ucraniano-bielorrusa, junto a la «zona de exclusión» creada en torno a la central nuclear de Chernóbil tras el accidente de 1986. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, explicó que aceptó negociar «para que más tarde ni un solo ciudadano de Ucrania tenga la menor duda» que él no trató de detener la guerra, «cuando había una pequeña, pero aún así una oportunidad”. Su ministro de Exteriores, Dmitro Kuleba, advirtió de que su país no va a «capitular ni a entregar una pulgada del territorio».

«Vamos a escuchar lo que quiere decir Rusia (…) y a decir lo que pensamos de esta guerra», dijo el jefe de la diplomacia ucraniana en una rueda de prensa sobre las conversaciones que se mantendrán con Rusia en la frontera ucraniano-bielorrusa. Agregó que cuando el pasado jueves Rusia lanzó la invasión no quería negociaciones y ahora, cuando ve que ha fracasado su plan de «guerra relámpago» y sufre pérdidas debido a la resistencia de Ucrania, quiere negociar. «Esto para nosotros ya es una victoria», dijo Kuleba, quien recalcó que las negociaciones en ningún caso significan que las fuerzas armadas ucranianas dejarán de combatir a las tropas rusas que entraron en su territorio.