Dejan de ser quienes eran; sin nombre, sin identidad, sin familia. Así pasan de ser personas a mercancía. Así es como le pasó a ‘Karol’, una joven colombiana que llegó a Zaragoza a través de un ‘loverboy’ o captador. Una persona que utiliza la manipulación sentimental para ganarse la confianza. «Son sutiles y tienen el don de la palabra. Saben qué decirte en cada momento», explica ‘Karol’.

Antes el origen de estas víctimas era más variado; ahora las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad detectan muchas víctimas sudamericanas y latinoamericanas, mujeres y transexuales, de entre 22 y 40 años. Personas que saben leer y escribir, y poco más. El perfil de ‘Karol’, colombiana de nivel bajo, con una vida en la que es más prioritario traer dinero a casa que ponerse a estudiar.

«Tiene buen tipo», «no tiene otra cosa», así es cómo la vendían y así es como se fijaron en ella, en su necesidad. «Conocí a otra compañera que fue captada por una amiga de la infancia. Llegó a Madrid y le llevaron de turismo gratis una semana por la ciudad. Luego viajó al norte con su amiga y en una fiesta le propusieron pasar un rato con un hombre. Le dijeron que le habían pagado todo, que aquí trabajaría muy bien…», recuerda esta víctima que ahora es testigo protegido.

El «transportador» es el que les paga el viaje, los gastos iniciales, y todo forma parte de ese engatusamiento, de esa manera de seducir y de crear una dependencia. Después llega el «tratante«, el que les da un sitio en el que comer y vivir, aquí ya están en el local, ya todo poco a poco se va descubriendo.

Una vez en un local o piso ya dependen de la «mami» o «controladora». Una ex prostituta conocedora del mercado y de los clientes potenciales. «Se ganan tu confianza y crean en ti una necesidad. Estas ya obligada a hacerles ese favor», se lamenta «Karol». «Me lo debes», «solo esta vez», no puedes morder ahora la mano que te da de comer»… Esa obligación de la que habla «Karol» crece en su interior. Las drogas y el hecho de que a muchas les quiten la documentación para evitar chivatazos y fugas hacen el resto.

«Te dicen que te va a deportar la policía, que como consumes y traficas vas a ir a la cárcel por drogas. Aquí ya tienes tu ‘culebra’ o deuda con ellos. 4.000, 6.000, 8.000 euros, y luego los intereses», relata «Karol». Les dan lo justo para comer, para comprarte un vestido sugerente, y poco más. Ya son esclavas, ya han pasado de ser personas a ser mercancía.

HERMANAS, AMIGAS, PRIMAS DESHUMANIZADAS

«Karol» llamaba a su familia; le dejaban hacerlo cada cierto tiempo. Pero nunca contó la verdad, nunca dijo que estaba vendiendo su cuerpo, que ya estaba «sucia», como dicen ellas. «Me daba vergüenza explicarles nada y además me decían que si les contaba algo podían hacerles daño», recuerda.

Son hermanas, amigas, primas de alguien cuando salen de su país. Pero año y medio después, esclavizadas, algunas muy enganchadas a la droga, son otra cosa. «Yo salí pero muchas no pudieron. Nos drogan sin violencia pero lo hacen; nos dicen que así todo será mejor. Caes y a los días estás perdida. Te cambian cada dos o tres meses de ciudad para que no tengas vía de escape», dice «Karol».

A veces son los propios clientes, desde el anonimato, quien denuncian una trata, quienes sospechan que alguna de las chicas con las que están vive obligada.

«Karol» vive hoy protegida, bajo un programa integral de 24 horas, con asistencia y rehabilitación de todo tipo. «Gracias a la policía, a las autoridades, he conseguido volver a ser yo». Contándolo dice que puede ayudar  a otras a no caer. A través del email trata@policia.es o el número de teléfono 900105090 se puede denunciar un caso a la Policía Nacional. «Tenemos que ser valientes porque esta gente nos arruina la vida, nos deshumaniza y nos somete sin que nos demos cuenta», sentencia esta víctima de la trata que ha decidido ser valiente y contar su historia.