Las ciudades cambian y evolucionan; es ley de vida. Pero no siempre lo hacen como deberían. Un paseo por el centro de Zaragoza, y en particular, por zonas como la calle Alfonso I de Zaragoza, lo demuestran. En lo que en tiempos era la zona más elegante de la ciudad, con las tiendas más punteras del momento, hoy se suceden franquicias, tiendas de carcasas de móviles y restaurantes de comida rápida con un denominador común en muchos de estos negocios: la falta de respeto estético por el entorno en el que se ubican.

Esta situación, a la que nadie quiere poner coto, afecta, y mucho, a la imagen que la ciudad ofrece a sus visitantes. Frente al cuidado que otras ciudades europeas ponen para conservar sus cascos históricos, con estrictas normativas en materia de rótulos y fachadas de los negocios que allí se instalan, en el centro de Zaragoza hay barra libre para marcarse una fachada en un color estridente aunque se encuentre en los bajos de un edificio protegido situado en un lugar emblemático.

Esa situación de falta de estética y de cuidado del patrimonio la viven muy de cerca los guías turísticos que tienen que enseñar la ciudad a los visitantes. Para saber su opinión, esta semana hemos hablado con Clara Casaus Villacampa, guía turística desde hace 14 años. Con Clara quedamos en la puerta de nuestra redacción, en plena calle Alfonso I.

LA CALLE ALFONSO, EPICENTRO DEL DETERIORO ESTÉTICO DE ZARAGOZA

No hace falta moverse demasiado del lugar desde el que escribimos nuestros artículos para ver el pastiche de rótulos y colores que inundan esta calle. «Desde la pandemia, Zaragoza ha pegado un cambio radical, un cambio que especialmente patente en la calle Alfonso y en las zonas más céntricas. Al cierre de negocios a causa de los confinamientos y la situación económica y sanitaria, ha seguido una sustitución de las tiendas de siempre. Da mucha pena pasear ahora por la calle Alfonso», explica a HOY ARAGÓN Clara Casaus mientras avanzamos por esta céntrica vía camino del Pilar.

«Antes paseabas por aquí, y daba gusto, era una de las calles, más bonitas de Zaragoza, con edificios antiguos, la Basílica del Pilar al fondo, el Coso al otro lado, tiendas bonitas, como el Hogar Moderno… Ahora, la calle está llena de franquicias, tiendas de telefonía y cadenas de comida rápida, porque solo las grandes cadenas y tiendas low cost pueden pagar el precio de los alquileres de esta calle».

Frente al comercio de siempre, la calle Alfonso se ha llenado de franquicias y tiendas low cost / Hoy Aragón

Más allá del tipo de negocios que se instalan en esta calle, el otro gran problema es la estética de los mismos, con los colores chillones que salpican los bajos de muchos edificios sin orden ni concierto: «Paseando por aquí se te cae el alma a los pies. Yo he estado fuera muchos años, y cuando vas por el centro histórico de muchas ciudades, se nota que han conservado el patrimonio, y que han querido mantener el ambiente, las fachadas, los rótulos de las tiendas antiguas… en cambio en Zaragoza, no ha existido ni existe esa sensibilidad…» señala Clara mientras pasamos por una de las múltiples tiendas de carcasas que hay camino de la basílica del Pilar.

En esa idea de falta de sensibilidad y de mantener el gusto estético, Clara advierte que Zaragoza se ha vuelto muy funcional: » Nos gusta ver cosas bonitas fuera, cuando vamos a otra ciudad, lo magnificamos todo, pero luego, nuestra ciudad no la cuidamos, nos olvidamos de lo agradable que es vivir en una ciudad bonita y cuidada. Zaragoza es una ciudad preciosa, pero no hemos sabido mantener lo que teníamos».

Esa misma situación se podría trasladar a otros espacios céntricos de la ciudad; «En la plaza de España antes yo iba con un grupo de turistas, y podía estar explicando la plaza 20 o 30 minutos tranquilamente , y ahora, la verdad es que acabas en seguida, porque media plaza está llena de restaurantes de comida rápida, se ha perdido un poco la esencia de este lugar, pese a que todavía está el palacio de la Diputación y algunos elementos más», prosigue Clara.

Para esta guía turística, la solución, además de intentar cuidar más la estética de las fachadas, es «apostar por la cultura, que es lo que realmente enriquece y marca la diferencia entre las ciudades. Por ejemplo, para el antiguo cine Elíseos se hubiera podido buscar una opción más ambiciosa para hacer ciudad, quizás un museo del cine, que complementara la oferta museística de la ciudad». Una idea que podía ser complementaria de las propuestas que existían entonces, como la de trasladar allí la Filmoteca de Zaragoza.

Además de la parte institucional, para poner en marcha iniciativas como la del museo del cine (teniendo en cuenta además la estrecha relación de la ciudad con el mundo del celuloide), o para asegurar una determinada estética en las zonas protegidas y de alto valor urbano, Clara señala a la iniciativa privada. Además del respeto por la estética y por ser conscientes del lugar en el que están abriendo un negocio, la guía turística pone como ejemplo la recuperación de la antigua joyería Aladrén para convertirla en una cafetería: La Joyería Aladrén es una buena iniciativa, se conserva el patrimonio, y se le da un uso que es un plus para la calle, y para la calle. Cuando entras al café, parece que te has trasladado de siglo».

Al margen de la estética, y del placer de pasear por calles bonitas, conservar el patrimonio también tiene su parte de dinamización de la economía. A los visitantes les gusta encontrar sitios que mantienen su sabor, como el café de la vieja Aladrén, o de lugares como Bodegas Almau: sitios más allá de las franquicias, y que solo pueden encontrarse en Zaragoza: «A los visitantes les gusta mucho ir a lugares como Almau. Es cierto que vinagrillos puedes tomar en muchos sitios, pero Bodegas Almau es un lugar con solera, que ha mantenido su estética, su esencia, y eso es lo que marca la diferencia».

Gracias a la conservación de este tipo de negocios, la ciudad puede ofrecer una imagen diferente y personalizada para los visitantes. «Realmente, a los turistas les gusta mucho la ciudad. Más allá del Pilar y la Seo, que es lo que todo el mundo conoce, cuando la gente de fuera visita el palacio de la Aljafería, se quedan paralizados, porque no se lo esperan. También se sorprenden mucho con el Museo Pablo Gargallo. De hecho, siempre me preguntan porqué no promocionamos más este museo», finaliza Clara mientras llegamos a la plaza del Pilar.