Ozonizadores domésticos, LEDs ultravioleta para desinfectar coches… hasta chupetes de bebé con radiación ionizante. La pandemia ha traído consigo un boom de dispositivos más que cuestionables que, en muchos casos, prometen soluciones milagrosas contra el COVID-19, aprovechándose del temor de los ciudadanos a contraer el virus.

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A petición de distintos negocios, la empresa aragonesa Infinitia Research, especialista en materiales, ha comprobado varios dispositivos que aseguraban resultados. La evaluación concluyó que la mayoría no cumplía con lo prometido. Alberto Zurro, Ingeniero Especialista en Tecnologías Energéticas de Infinitia aclara: “No dudo que funcionen en condiciones muy concretas, pero en las reales aseguro que no: la influencia de las sombras que se forman, distancias de aplicación, materiales porosos… son cosas que no se tienen en cuenta».

Para explicarlo de forma sencilla, desde la compañía señalan que todos tenemos claro que la lejía, el alcohol o el ozono desinfectan, aunque la mayoría no sepamos por qué. También, si les preguntamos a las personas mayores, dirán que ellas ponían las sábanas al sol y se quedaban impolutas. Pero, ¿cómo funcionan estos procesos? ¿Cómo se elimina un virus?

“Un virus está formado por moléculas y átomos que, cuando se juntan en formas complejas, cumplen una función», explica Zurro. Ahora bien, «si se rompen esas estructuras, se impide su funcionamiento y existen varios sistemas para llevar a cabo su control», añade.

Pueden emplearse soluciones químicas, energéticas o aplicar cuarentenas temporales para su degradación con agentes externos”. Y continúa: “La lejía, el alcohol o el ozono desinfectan por sus moléculas reactivas como el cloro o los radicales de oxígeno; cuando entran en contacto con microorganismos, les arrancan átomos para formar especies estables dañando las estructuras biológicas”.

EL OZONO Y LA LUZ ULTRAVIOLETA

No obstante, los dispositivos que se han lanzado al mercado para intentar paliar el coronavirus traen aparejadas cuestiones legales. Respecto al ozono, en la actualidad, la normativa vigente establece que se debe aplicar en ausencia de personas y siempre por profesionales, de tal forma que se limita a una concentración baja en aire respirable, que no puede desinfectar, pero sí eliminar olores. “Por tanto, queda claro que ambas cosas, aire para respirar y ozono para desinfectar no pueden ir juntas”, resalta Zurro.

Por otro lado, la aplicación energética más tradicional es la temperatura, pues el calor es capaz de romper uniones entre moléculas. Ocurre lo mismo con la luz si tiene la suficiente energía. “No obstante, no sirve cualquiera; de hecho, la desinfectante no la podemos ver”, afirma el ingeniero. “Necesitamos que sea de tipo ultravioleta profunda o de mayor frecuencia; de ahí que las tiendas online se hayan llenado de productos UV”.

A pesar de conocer los procesos, también existen contraindicaciones. Afirmaciones populares tales como: “Los productos químicos son peligrosos” o “evita el contacto con la piel”, dan cuenta de que “no podemos entrenar a las herramientas para que solo ataquen a los virus, pues no pueden distinguir lo que es bueno o malo”, indica Zurro. “Esto significa que nosotros también somos susceptibles de ser atacados”, concluye.

Javier Sanz, CEO de la empresa incide en el papel que la ingeniería ejerce como apoyo al contribuir a encontrar una solución real y adaptada a cada necesidad. Asimismo, pone el foco “en el ozono y la luz ultravioleta, tecnologías que deberían ser examinadas antes de su instalación e inversión”.