Cuando te sientas a hablar con Ángel, nombre ficticio por petición propia, ves en sus ojos una sensación de calma inusual para haber estado los diez últimos años de su vida encerrado en una cárcel. «El primer año es durísimo, el segundo te vas amoldando y luego ya es tu vida y te amoldas», explica a HOY ARAGÓN mientras toma un café.

Sorprende su entereza, sobre todo cuando explica que al ingresar en el Centro Penitenciario de Zuera le dijeron que iba a estar mes y medio y acabó viviendo allí gran parte de su juventud.

Ángel reconoce que los últimos años había vivido por encima del bien y del mal. «Hacía cosas y pensaba que estaba a salvo; que nada me iba a pasar, hasta que me cogieron. Cuando te meten en el calabozo, con los grilletes puestos, es duro», recuerda.

Pero luego salió y pensó de nuevo que no le iba a pasar nada; entonces, pasó lo inevitable. «Te dicen que vas para arriba y ya empiezas a entender lo que pasa realmente. Aquellos días no paraba de llorar», reconoce Ángel, que por aquel entonces tenía apenas 26 años.

Ahora visita el CIS, un centro de inserción social penitenciario para usuarios que cumplen sus penas en régimen abierto o que se encuentran en un proceso avanzado de reinserción. Allí acude para dormir. «Ya me han dicho que no me queda mucho. Mi responsable me ha prevenido bien de lo que no debo hacer. Cuidado con las redes sociales, me ha insistido; ellos pueden cogerte el teléfono y ver el historial cuando quieran», dice aceptando la situación.

Diez años son muchos años. Cuando le preguntamos si se ha encontrado una vida muy distinta reconoce que más de lo que esperaba. «Ya no se ir a los sitios en mi ciudad. Los bares que han desaparecido, lugares tan cambiados… Y hablar con la gente, a veces me supone un problema, en especial conocer a gente nueva por el tema de la confianza», se sincera.

Porque Ángel ya no es el mismo que el de hace una década. Explica que ha aprendido cosas buenas, una lección de vida, pero también otras cosas que prefiere olvidar. «¿Si existe el mal? Si, allí dentro hay muchos hijos de puta que si pueden machacarte para favorecerse de algo lo harán», afirma. Pero Ángel habla también de otras personas buenas, con un fondo noble, con quien incluso ha entablado ciertas relaciones de respeto y confianza. «En mi celda dormía con un hombre mayor de casi 80 años que estaba en prisión por matar a su mujer y que vivía atormentado. Me ponía a jugar a las damas con él para que no pensase en nada más, se cansase, y pudiese descansar algo», relata.

En la cárcel nadie es culpable. Según este ex convicto, la mayoría están dentro «por la cara, o por los marrones de otros». Él, sin embargo, en ningún momento se oculta o intenta justificarse. Esa valentía, o simplemente entereza a la hora de afrontar las cosas le mantuvo vivo estos diez últimos años. «Había gente viendo la tele todo el día; yo les decía que algo tenían que hacer, que así se iban a abandonar. Yo fui jefe de varias ocupaciones y talleres; no paraba de hacer cosas y tenía un sueldo suficiente para vivir con ciertas comodidades», reflexiona.

Nunca estuvo señalado, ni tuvo problemas con internos ni funcionarios. «Hacen un trabajo descomunal. Me refiero a los funcionarios; muchos de ellos han sido como padres o madres. Preocupándose de cómo estamos y de que sentimos en algunos momentos malos», se sincera.

SÍ, GRACIAS Y PERDÓN

Si hay tres palabras que, según dice Ángel, debes pronunciar para no tener nunca problemas dentro de una cárcel son éstas. «Sí, gracias y perdón; así no tendrás demasiados líos. Pero si los buscas, los encontrarás», advierte.

Ángel entró en prisión sin que sus padres lo supiesen. Para él supuso el trámite más duro, el hecho de decirles donde estaba, explicarles la verdad. «Después nos unimos más. Mi hermano, mi hermana y mis padres no fallaban un día. Cada domingo iban a verme. Estaban ahí; siempre lo estuvieron y les debo un agradecimiento eterno», dice Ángel.

Ha tenido más de una veintena de letrados y conoce a muchos de ellos pero de quien más se acuerda es de la sinceridad y tenacidad de una abogada zaragozana. «Cuando Marina Ons empezó a ejercer, vino a verme y me dijo que me ayudaría en lo que necesitase. Estuvo allí y estudió para procurarme la mejor de las defensas. Y es que mi condena inicial fue muy dura, de casi 28 años. Gracias al esfuerzo de Marina conseguí lo que muchos pensaban que era imposible, sino seguiría dentro», añade.

Ha cantado en un coro y también formado un grupo de jota en prisión. «Canto y dicen que no lo hago del todo mal. Este año me dieron un permiso extraordinario el centro para participar en el certamen oficial de jota de El Pilar. Gracias siempre al padre Raúl, un sacerdote que nos ha ayudado dentro y fuera y siempre poniendo de su bolsillo», se sincera. Ahora que está con pie y medio fuera, va a continuar con estos proyectos ayudado por otro ex convicto. «Pronto estará hecho el disco del coro de la cárcel y me encargaré de distribuirlo. El de la jota lo grabaremos en unos meses en un estudio de grabación en Torrero. Ya te avisaré», promete mientras se despide apurando su café.