No fue sólo un día de fútbol, fue un pedazo de vida. No es un retazo de memoria, es un tatuaje del alma. Los padres que nos exhortaron tener cuidado en París son a los que exigimos no salir de casa o hablamos mirando al cielo.


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Aquellos bebés a los que dejamos de mecer por unas horas son nuestro orgullo e implacable calendario. A nuestros locutores de toda la vida y saga se sumaron por un día hasta el televisivo de la Casa y el eterno Rosety. Ese día nos confinaron en el Campo de Marte y hoy nos confinan donde la vida nos ha querido sorprender o encontrar.

Algunos escribirán crónicas de esa historia pero nadie escribirá la que soñamos, vivimos y lloramos cada uno. Los bares de bufandas y escudos del león hoy tienen doble ración de nostalgia y orgullo. Seguimos sin poder explicar cómo algo tan poco importante para sobrevivir es tan relevante en nuestros recuerdos.

«Los bares de bufandas y escudos del león hoy tienen doble ración de nostalgia y orgullo»

No fue sólo un día de fútbol porque no es cualquier cosa la que nos hace tragar saliva al rememorar. Fue un pedazo de vida porque 25 años después palpitan miles de futuros de entonces y presentes de ahora. Fue inexplicable, como son siempre las mayores emociones. Es mundano, como casi todo lo que permite seguir adelante en mitad del chaparrón.

Fue limpio, como reza la jota sobre el corazón de los hijos de Aragón. No es un recuerdo de fútbol, es un inolvidable manantial de energía y amor. Fue mayo, día 10, 1995. Fuiste tú, y yo. Fue Zaragoza, el Real. Pongamos que hablo de Nayim.