Naciste el 6 de mayo de 2001. Fue un domingo frío y soleado. El cierzo soplaba con la intensidad propia del invierno. Aquella tarde, el Real Zaragoza jugaba un partido clave en su agónica carrera por sobrevivir en Primera División.

Mi padre y yo éramos abonados, y siempre que podíamos íbamos a la Romareda a apoyar a nuestro equipo. Éramos unos forofos. Salimos de casa tres cuartos de hora antes de que empezara el partido. Nos gustaba subir paseando, y aprovechar ese tiempo para hablar. Era un domingo más.

La noche anterior había salido con mis amigos para celebrar que habíamos aprobado COU. Lo que hoy es Segundo de Bachillerato. Charlábamos animadamente. Yo trataba de convencer a mi padre de aprovechar el verano para ir juntos a pescar al Valle de Bujaruelo, para ascender algún tresmil del Pirineo. Se abría ante mí el que podía ser uno de los mejores veranos de mi vida.


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Llevaríamos diez minutos caminando. Le hablaba de nuestro futuro, cuando un desalmado se acercó por la espalda y le descerrajó tres tiros. Dos en la espalda y lo remató con uno en la cabeza. El asesino me miró impasible y huyó. En aquel momento se hizo la nada. Una avalancha de nieve y rocas fundió mis sentidos, y me golpeó hasta hacerme consciente de que me vida había cambiado de manera irreversible. Aquellos disparos todavía resuenan en mi cabeza.

Mi padre se llamaba Manuel, pero casi todos le conocían como Manolo. Era funcionario del Estado. Seis años antes de que le asesinaran había decidido dar el salto a la política convencido de poder completar de ese modo su entregada carrera de servicio público. Cuando lo mataron era Senador y Presidente del PP de Aragón. Tenía 52 años.

Su historia, mi historia es la de tantos otros. Una historia llena de dolor y sufrimiento. ETA acabó con la vida de más de 850 personas: militares, guardias civiles, policías, periodistas, empresarios, políticos… Durante décadas, los españoles nos acostumbramos a vivir con miedo, a vivir sin libertad.

Eran muchos los que cada mañana tenían que agacharse a mirar los bajos de su coche, los que se acostumbraron a cambiar los recorridos para ir al trabajo, a mirar a izquierda y derecha antes de salir de casa, a condicionar su vida, y en el mejor de los casos, a vivir escoltado.

«El asesino me miró impasible y huyó. En aquel momento se hizo la nada. Aquellos disparos todavía resuenan en mi cabeza»

El día que tú naciste, esa maldita organización terrorista asesinó a mi padre por su ideología. Lo mataron porque no les gustaba lo que pensaba ni lo que representaba. ETA seleccionaba cuidadosamente sus objetivos y posteriormente los ejecutaba. Los totalitarios estaban empeñados en atentar contra nuestra democracia y nuestras libertades. Querían aniquilar nuestro modelo de convivencia.

El día que tú naciste, Arnaldo Otegi, actual coordinador general de EH Bildu, pedía al resto de fuerzas políticas “menos condenas y menos lágrimas de cocodrilo”. La izquierda abertzale siempre apoyó la utilización de la violencia como medio para lograr sus objetivos políticos.

Bildu todavía hoy no ha sido capaz de condenar el terrorismo de ETA, y aun con todo, pretenden darnos lecciones de paz y democracia. Persiguen blanquear su pasado, reescribir la historia. Y es importante que los que hemos sufrido el azote de su odio, sigamos recordándoles lo que son.

Como ves, estos asesinatos por motivos políticos no se producían a miles de kilómetros de tu casa. Ocurrían en las calles que tú hoy recorres. Quizá ETA suena en tu cabeza como un recurrente mantra en torno al cual los políticos se enzarzan improductivamente.

Una cuestión del pasado sobre la que confrontar sin sentido. Pero debes tener en cuenta que el terror de ETA ha dejado profundas heridas, cicatrices y alguna que otra lección que no deberíamos olvidar. Como tampoco deberíamos olvidar que todavía hoy hay más de 300 asesinatos sin resolver.

Un mural que representa a un encapuchado junto al anagrama de ETA en la localidad guipuzcoana de Hernani, el día que se anunció el alto el fuego permanente anunciado por la organización terrorista / Juan Herrero / EFE

La existencia de ETA debe ocupar un espacio en la memoria colectiva de la sociedad española. El recuerdo de lo sucedido debe servir como antídoto para que nadie vuelva a recurrir a la violencia como medio para lograr sus objetivos políticos.

Ese recuerdo nos pone en su sitio, y nos permite no perder la conciencia sobre la fragilidad de la democracia. Si queremos cuidarla, es fundamental que protejamos los valores sobre los que se sustenta.


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Los demócratas, tengan el color político que sea, tienen en común una escala de valores y principios que nunca debería ser desdeñada. La libertad, el pluralismo político, la tolerancia deben ser la base de nuestro sistema, el punto desde el que articular nuestro modelo de sociedad. No podemos olvidar que en el difícil camino que nos llevó a derrotar a ETA, la unidad de los demócratas en torno a este sistema de valores resultó clave.

Su recuerdo también debería ayudarnos a renegar de esos proyectos políticos impregnados de radicalismo y odio. Esos proyectos que pronto pierden el respeto al diferente, que desprecian los valores democráticos. Esos a los que hablar de consensos y entendimiento les parece palabrería. ETA y sus más de 850 muertos son la consecuencia de un proyecto político extremista. Y en esto el nacionalismo radical se ha mostrado siempre especialmente efectivo.

El nacionalismo fue la base sobre la que se erigieron las dos grandes guerras mundiales del siglo XX. A su paso ha dejado mucho dolor y miseria. En España, el nacionalismo excluyente ha envenenado a sociedades enteras llevándolas al borde de la locura. Y hoy, el virus nacionalista se expande con fuerza por el continente europeo constituyendo una preocupante fuente de inestabilidad. Ya lo dijo Miterrand, “el nacionalismo es la guerra”.

Es cierto que ETA ya no existe, pero su discurso ultranacionalista permanece. La izquierda aberzale mantiene un discurso basado en sus instintos étnicos y con el que pretende excluir a una parte de la sociedad vasca. Mantienen vivo un proyecto totalitario fundado sobre la confrontación. Y el hecho de que Bildu no condene el terrorismo de ETA, los desacredita automáticamente como demócratas, además de demostrar con ello una profunda falta de humanidad.

En estos tiempos de coronavirus resulta complicado poner el foco en cuestiones que no atiendan las urgencias del mayor drama humanitario, económico y social que se ha vivido desde la Segunda Guerra Mundial.

«El hecho de que Bildu no condene el terrorismo de ETA, los desacredita automáticamente como demócratas, además de demostrar con ello una profunda falta de humanidad»

Una crisis que arrastrará profundos cambios sociales y seguro que políticos. Pero hoy 6 de mayo, quería abrir una pequeña ventana para el recuerdo de mi padre, para el recuerdo de todas las víctimas del terrorismo. Una ventana que os permita a los más jóvenes visualizar el sufrimiento provocado por las políticas de odio.

El día que tú naciste, un hombre bueno fue asesinado. Una persona que resultaba ser la antítesis de sus asesinos. Tolerante, respetuoso, moderado, dialogante. El mejor padre que se puede tener. El mejor ejemplo.

Hoy soy padre de dos niñas, y entre mis prioridades está el objetivo de transmitirles los valores que mi padre me inculcó. De darles la seguridad y el amor que él me dio. Y en ese camino, les enseñaré que, gracias al sacrificio de cientos de personas como su abuelo, hoy podemos vivir en plena libertad.