Aún recuerdo que un día cualquiera, algunos años atrás cuando aun vivía en Keniarecibí una llamada de una amiga. Entre lágrimas me decía que Kelvin, un amigo y trabajador de la ONG con la que colaborábamos, Kubuka, estaba en Kenyatta Nairobi Hospital desangrándose porque le habían lanzado una piedra del tamaño de un melón en la cabeza.

Fui corriendo desde casa. Al llegar, me encontré con una desoladora situación; nuestro amigo yacía en una camilla de campaña en la entrada del hospital.


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Resultaba que el centro estaba abarrotado y debido a la falta de recursos decidieron que no podían atender a casos tan complicados. Por suerte, estaban allí algunos cooperantes de Médicos Sin Fronteras que habían montado un campamento para atenderles. Sin mucha fortuna, debo añadir.

Os cuento esta historia, que lamentablemente no tiene un final feliz, para que seamos conscientes de lo que pasará cuando el enemigo invisible que está horrorizando Asia y Occidente consiga expandirse por el continente africano.

Intento imaginarme el panorama y me asusta. No es fácil vivir en un país donde los servicios públicos más esenciales no llegan a la mayoría. La delincuencia se sienta cada día en la mesa de los kenianos. La corrupción institucionalizada se comprueba en plena calle: tanto los policías que aceptan sobornos como los funcionarios que te agilizan trámites bajo pago.

La labor que realizan las ONGs en cada uno de los rincones del país no es tan suficiente cuando falta una voluntad política e institucional de casi todos los países por frenar la quiebra de la seguridad jurídica o la pobreza generalizada.

El centro de la ciudad de Nairobi (Kenia) es uno de los más concurridos de África / Reuters

Kenia comienza a frenar la expansión del virus. Los pocos casos que ha detectado han emplazado al Gobierno keniano, de Uhuru Kenyatta, a establecer medidas tan restrictivas como en España, aplicando el toque de queda y cerrando muchos comercios.

Esto implica dejar a los pequeños comerciantes y a empleados que se alimentan gracias al poco dinero que generan a diario, sin dinero para comprar comida.

Las consecuencias de esto, por supuesto, son desastrosas. Muchos se manifestarán contra las restricciones de diferentes maneras. Lo que tengo muy claro es que si no tienes comida en casa, aunque te pidan que te quedes en ella, no te quedarás, harás lo posible para buscar comida para tu y los tuyos. Y, al hacerlo, se contagiarán más y más.


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Si, tal y como os he contado antes, un día cualquiera, el hospital central de Nairobi, no da abasto, con la llegada del virus será una pesadilla.

Todo esto por no hablar de posibles actos vandálicos en masa, robos, incluso me atrevería a añadir asesinatos. Es un pez que se muerde la cola, ¿qué es mejor, contagiarse o no comer?

Sinceramente, si aquí en Europa, donde en principio disfrutamos de seguridad, y ya van miles de muertos, ¿qué será de África?

*Gerard Garrido, responsable de educación y emprendimiento social (2014-2016) en los ‘slums’ de Kibera y Mathare, en Nairobi