En Aragón llevamos décadas hablando sobre despoblación y problemas demográficos. Como somos pocos, han repetido los partidos en numerosas ocasiones, tenemos poco peso en «Madrid«, allá donde se toman las decisiones sobre asuntos como las inversiones en comunicaciones e infraestructuras.

Esas inversiones que durante décadas primaron a las periferias más nacionalistas, y que ayudarían o hubieran ayudado a romper el círculo vicioso del «En Aragón somos tan pocos…» que ya preconizaba don Santiago Ramón y Cajal.

Aunque sea Bruselas, progresivamente, donde a lo largo de ese tiempo se ha desplazado el centro de decisión.


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Como en el resto de la España interior, se trata de un lamento que supera legislatura tras legislatura los discursos políticos, aunque los hay, adanistas ellos, que bienintencionadamente creen que estamos todos amnésicos, cada vez que llegan al poder o toca por ciclo, y vuelven a sacar la demografía como ariete.

«Esas inversiones que durante décadas primaron a las periferias más nacionalistas»

Y todo esto en una de esas comunidades -del interior todas- que no salen en los mapas de luz nocturna con los que, a vista de satélite, se ve con toda claridad donde está el poderío económico de los países.

Y resulta que, al final, esa mezcla de adanismo, de amnesia y de falta de reconocimiento de que existe el sentido crítico en las zonas que sufren la despoblación consolida una situación de discriminación real, de ciudadanos (ciudadanos, no gente de pueblo, como dicen y utilizan despectivamente algunos) que se sienten preteridos y realmente lo están.

Porque el Aragón interior de la España interior, la que no sale en los mapas nocturnos de luz, tampoco sale en otros mapas tan importantes como los de la conectividad, la media tensión para sacar adelante proyectos productivos, la comunicación en condiciones y por vías europeas de tren o carretera y, en definitiva, las oportunidades de asentar la población y crecer económicamente como territorio.

Pero la cuestión es que este asunto se ha convertido ya en un círculo vicioso perfectamente definido; un «no se sabe» cuál es el huevo y cuál la gallina, dónde está el origen del problema demográfico.

Porque si no hay decisiones, visión estratégica y proyecto colectivo no hay inversiones en comunicaciones e infraestructuras que generen economía productiva, y si no hay crecimiento y sustento (el del siglo XXI, del conectado, de la sociedad 4.0), no hay demografía, y si no hay gente no hay peso político (dicen, a no ser que lleguemos a ver las cosas de otra manera, con otra óptica), y si no hay liderazgo del bueno no hay atención y decisiones.

«Si no hay decisiones, visión estratégica y proyecto colectivo no hay inversiones en comunicaciones e infraestructuras que generen economía productiva»

Y así seguimos. ‘Teruel Existe’ nació hace casi dos décadas, en 1999, y ha vuelto a salir a la calle de manera inopinada (hasta los medios nacionales han dado crédito en los informativos a la manifestación del 6 de mayo, impresionante…) para volver a poner en evidencia, una vez más, este círculo vicioso. Y así seguimos…


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Nació hace casi veinte años como podría haberlo hecho varias décadas atrás, fruto del hartazgo ante tanta inmovilidad, tanto adanismo infructuoso, y por razones de sentido común, a partir de varias plataformas en defensa del ferrocarril, pro helicóptero y transporte sanitario y pro Salud mental… Vamos, que sigue plenamente vigente.

Así que vuelven los viejos ‘hit parade’ sobre demografía, despoblación y, en definitiva, una forma de discriminación nada sutil, basada en el círculo vicioso del «somos pocos, luego las infraestructuras son caras» frente al «como no hay infraestructuras, no crecemos y somos pocos»…

El caso es que vuelven con razón de ser, porque el Aragón rural, que es un calco de la España interior, no periférica y no agraciada por las inversiones compensatorias, ve, cada vez más, intensificado su estatus de ciudadano pobre no conectado.

Ni 4.0 ni 1.0, para que luego nos recriminen el eterno pesimismo aragonés.