Dórico. Todos los cánceres

Había pasado un verano zamorano, sin levantar cabeza, aunque no le dio importancia hasta que notó un bulto en la cara interna de la muñeca. Aumentaba de tamaño conforme se acortaban los días, era difícil sonreír y respirar.

El médico diagnosticó rápido, pólipo de recuerdos. Aparecen donde faltan besos: muñecas, cuello, detrás de las orejas… a veces en los ojos cerrados.  Biopsia in situ de un jeringuillazo. “Tumorazo chungo, es un pólipo de buenos recuerdos”. “Pero si son buenos es benigno” corrigió el enfermo. “No. Los malos recuerdos dan pocos problemas. Desaparecen solos o el organismo los relega a una víscera menor. Los peligrosos son los de buenos recuerdos, ahogan el pulso vital”. “Coelho  aconseja abrazar la memoria si es bonita”. “Coelho es cáncer malo”, contestó el médico sacando unos papeles del cajón.

“¿Entonces…? ¿Radio? ¿Quimio?” “Podemos hacer que su organismo fabrique nuevos buenos recuerdos  que fagociten estos que tiene encapsulados; para eso tiene que ser feliz ahora mismo” “No es el caso” “Sí, tiene Vd. pinta de necesitar que le vertebren el territorio. Plan B, tratamiento de choque: disolver los buenos recuerdos” “¿Todos…? ¿No me puedo quedar con su primera mirada ni con el latido de mi madre?” “No podemos dejar ni uno, riesgo de metástasis afectiva” ”¿Cómo se hace? ¿Los extirpan?” “Le inoculamos un virus que lo convierte en gilipollas. Se hará adicto al gimnasio, dirá `empoderar¨ o `no te equivoques´, se comprará un coche caro y llevará fulares. Les dirá a todos que está como nunca, en la cresta de la ola”. “No… no quiero. Prefiero seguir con lo mío, es una tristeza bonita” “Es su decisión. Le aconsejo que redacte testamento vital, sería generoso ceder su cerebro y corazón para estudios científicos” “¿Y el resto del cuerpo?” “No. Tanta carne ocuparía mucho espacio en la morgue”. “Servidor”, dijo mientras firmaba los formularios. Sigue en Zamora, esperando su hora.

Jónico. Mens sana in corpore in sepulto

Hablando de carne y gimnasios, llevo 5 meses y 9 kilos sin asomarme al mío. Iba, iré, al debajo de mi antigua casa. Soñaba con instalar una barra de bomberos desde mi dormitorio (vivía en un 9º) a la sala de cardio. Quedó en fantasía, la de los vecinos viéndome bajar agarrado a la barra con mi  camiseta de Caja Rural  y pantalón Adidas de tiro alto. Aplaudirían a mi paso, algunos me lanzarían cubos de agua para lograr el deseado efecto camiseta mojada.

En mi primer día en el gym una señorita me cortó el paso en recepción, borde: “¿La toalla?”, “Me ducho en casa”. “No, tiene que traer toalla, por higiene”, me humilló de Vd. para acentuar el desprecio. Regresé con una que regalaban con el McMenú de verano en 2009. La recepcionista seguía boicoteando mi entrada “¿Agua?” “No, gracias”. “Es obligatorio traer agua o bebida isotónica. Puede comprar aquí si no quiere volver casa”. Qué amable, 3 euros por un botellín de mierda.

Por fin dentro. Paseé por entre las maquinas fingiendo indiferencia.  “Te veo perdido”, preguntó un monitor, “¿necesitas algo?”. “Perder 20 kilos y una taquilla para las llaves y la cartera”. Solucionó lo segundo, para lo primero marcó una tabla de ejercicios de la que sólo me quedé con el comienzo: 10 minutos de elíptica. Fácil, pensé. Pero no, imposible mover las piernas, cinco zancadas y se me iba la vida. Mientras me ahogaba la vieja de al lado me advirtió: “Estás andando hacia atrás” “Ya”, mentí, “es para aumentar la resistencia”. Aguanté nueve meses, alumbrada la criatura había perdido novecientos gramos.. Me pongo de nuevo, en 1.818 meses estaré en mi peso ideal. En forma a los 201 años.

Corintio. Pilar 2021, la crónica

La calle reventada de gente denunciando que hay mucha gente por la calle.