Aunque pudiera parecer que en estos días tan terribles en los que la pandemia del COVID-19 ha conseguido sacar lo mejor de cada uno de nosotros, en los que la solidaridad y generosidad humanas han puesto de manifiesto que vale la pena creer en el ser humano, en ocasiones las actitudes de algunas personas -pocas afortunadamente- nos quitan la sonrisa de la cara y del corazón, y nos retrotraen a los más negros momentos de nuestra historia.


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Me contaba el otro día una fuente bien informada -se lo aseguro que lo está, aunque no pueda desvelarla- que el Ayuntamiento había organizado un acto de homenaje a la ciudadanía con sus habituales servicios públicos, en una caravana que iba a recorrer la ciudad durante un par de horas el día de San Jorge agradeciendo a la gente que sale a los balcones cada día a aplaudir a los sanitarios.

Y a si mismos, creo yo, que bien merecido lo tienen, cuando el propio Alcalde, que andaba por los hospitales repartiendo lanzones al sufrido personal de la primera línea de fuego, recibió una llamada de la Delegación del Gobierno diciéndole que ese recorrido ciudadano quedaba terminantemente prohibido.

Las razones de la orden radicaban en que no se podía permitir que los servicios públicos municipales fueran por la Ciudad dando las gracias a los ciudadanos por su ejemplar comportamiento ya que vulneraba la orden general de confinamiento del estado de alarma.

No podía creerme semejante despropósito, ni era capaz de entender a que obedecía que se impidiera un acto más o menos espontáneo -eran los currelas quienes lo habían propuesto-, de agradecimiento público por parte de quienes todos los días trabajan en la calle asegurando nuestros servicios públicos esenciales (transporte, limpieza, saneamiento, agua, policía local, bomberos,…).

«No podía creerme semejante despropósito, ni era capaz de entender a que obedecía que se impidiera un acto espontáneo de agradecimiento público»

Son ellos los que deciden salir a la calle -como vienen haciendo desde el primer momento- para decir a los ciudadanos; gracias, gracias por vuestro comportamiento ejemplar, gracias por ayudarnos a hacerlo posible cada día, pese a que algunos políticos se empeñan en joderlo todo, gracias sociedad civil por estar ahí encerrados en casa, mientras nosotros salimos a asegurarnos de que podáis seguir allí, en vuestros hogares, gracias por darnos las gracias, os queremos, sois nuestra esperanza y nuestra certeza de que esta sociedad vale la pena asegurarla.


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¿A qué tenía miedo la Delegación del Gobierno que gestiona la socialista Pilar Alegría?, ¿a qué los policías, los bomberos, los trabajadores de la limpieza se contagiaran entre ellos o que contagiaran a los vecinos de los balcones? 

El miedo, al parecer, se basaba en que el gobierno municipal de un partido -o mejor dicho, de dos partidos políticos que no son los del Gobierno de España-, fueran identificados con aquellos trabajadores, y que alguien llegara a pensar que el Ayuntamiento pudiera acaso estar integrado por buenos gestores, buenos administradores en situaciones de crisis, o incluso que alguien pudiera pensar que ese homenaje no se le había ocurrido antes a quien está dirigiendo el país en estos momentos críticos con tan escasa fortuna y tantos errores.

«¿A qué tenía miedo la Delegación del Gobierno que gestiona la socialista Pilar Alegría?»

Pues no, esos trabajadores no pertenecen a ningún partido político, son esforzados servidores públicos que querían hacer llegar a los miles de zaragozanos un mensaje de agradecimiento y esperanza, de ánimo y apoyo, de certezas y seguridades, de todo aquello que los representantes del gobierno de España no han hecho todavía en nuestra ciudad quizás porque no sepan siquiera como hacerlo, no se les haya ocurrido a ellos, o sientan vergüenza torera a la vista del errático deambular de su gobierno nefasto y nefando.


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Vaya ejemplo de altura de miras, vaya ejemplo de sentido de la política, miope, sectaria, manipuladora, intervencionista, liberticida, y estalinista.

Está claro que a este PSOE, que no es el auténtico, se le ha pegado, y mucho, el adoctrinamiento social bolivariano y bolchevique de su socio de desgobierno. Que Dios nos coja confesados que decía mi abuela.

*Juan Manuel G. Mora