Hace unos días empezamos una nueva versión del Ministerio del Tiempo “al revés” (en vez de viajar al pasado, los personajes de la Historia vienen a inspirarnos en los desaguisados de hoy). En el primer capítulo Lasalle venía a poner orden en el concertazo de Lambán&Echenique, y hoy Cicerón es nuestro protagonista, para acabar con los corruptos.

Verres era cuestor y trabajaba con el cónsul Dolabela en una provincia de Asia donde se aprovechaban de sus puestos hasta que un día la justicia, aunque lenta como hoy, también llegó. Pero el cuestor “le endiñó el marrón” al cónsul y continuó a lo suyo hasta incluso ascender a pretor y volver a Sicilia. Allí aceptaba sobornos, requisaba obras de arte, detenía a los esclavos de familias ricas para liberarlos después previo soborno; y así, hasta 65 variantes de corrupción descritas por Cicerón cuando le procesó en el siglo I a.C.

Entonces, Verres contrató a Quinto Hortensio Hórtalo, uno de los mejores abogados del momento, quien maniobró infructuosamente para retrasar el juicio ya que pronto cambiaría el entonces presidente del tribunal por su amiguete Quinto Cecilio Metelo Caprario Crético. El pretor contaba además con la simpatía de muchos patricios influyentes, y, como no, también intentó controlar al jurado.

Pero Cicerón tuvo suerte y el presidente del tribunal, Maino Acilio Glabrión, estaba decidido a hacer justicia. Así llegó el día del juicio y Cicerón lo abrió con una argumentación tan contundente que Hortensio recomendó a su cliente que se exiliara voluntariamente para así conservar la mayoría de sus propiedades. Como el tema no pintaba muy bien, Verres puso pies en polvorosa y se fue a Marsella, eso sí, con los bolsillos llenos.

¿Les suena todo esto?, muy bien, podríamos estar hablando de Barcenas y Pujol en vez de Verres y Dolabela, de Valencia o Madrid en vez de Asia o Sicilia, de los líos de jueces y fiscales y de la Audiencia Nacional en vez de Hortensio, Acilio y otros, o de Andorra o Suiza en vez de Marsella.

Y si esto pasa desde hace más de 2.000 años, ¿cuándo aprenderemos que la solución no son leyes de transparencia, observatorios o agencias anticorrupción y tantas páginas del BOE llenas de buenas intenciones?. Todo eso son medidas “necesarias” pero no “suficientes”.

Si los políticos prometen reducir la corrupción a la vez que aumentan el poder y presupuesto del Estado están mintiendo. Esta es la conclusión de Felix Moreno que establece la siguiente fórmula para medir el nivel real de corrupción y combatir sus causas: C = X * h  * (i – r).

Así, el nivel de corrupción (C) depende de la cuantía monetaria (X) sobre la que la institución tiene poder de decisión multiplicado por el coeficiente de des-honestidad (h) de los funcionarios/representantes y por el índice de incentivo para malversar, que se compone del soborno (i) menos el riesgo en que se incurre al corromperse (r).

Y es que si no podemos educar en la honradez a los corruptos (eso tenían que haberlo hecho en su casa cuando eran pequeños) y teniendo buenos policías y buenos jueces (yo eso no lo dudo), solo queda una variable sobre la que actuar: la cuantía o el volumen monetario en riesgo. Ya lo sabemos: “a menos botín, menos ladrones”. Reduzcamos el volumen de contratación y gasto público si queremos evitar que Cicerón vuelva tras 2.000 años y diga aquello de: ¡Todo sigue igual, al menos en Hispania!