Desde hace unos años la palabra transparencia se ha colado en las topten del lenguaje político. Es un principio fundamental para el buen gobierno y contribuye a evitar la corrupción y mejorar la confianza en las instituciones. ¡Bienvenida sea!

Pero, como con tantos loables principios, cumplir con ella se vuelve algo incómodo como recientemente nos ha demostrado Pedro Sánchez. Así, gracias a Twitter podemos saber si ha corrido 10 kilómetros por la mañana o cómo está su perrita Turca, pero lo que está obligado a informar, en virtud de la normativa de transparencia (como quién viaja en el Falcon y cuánto cuestan sus caprichos) se lo calla, a pesar del tirón de orejas del Consejo de transparencia.


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A mí, qué quieren que les diga, cómo está su perra y cuánto corre nuestro atlético presidente en funciones me importan tanto como lo que haga en el baño; exacto, una mierda. Lo que me importa es, precisamente, lo que calla.

Y dando vueltas a esto de la transparencia, de la Moncloa me voy a Huesca, donde el secreto de las votaciones ha facilitado que un traidor, presuntamente naranja por fuera y rojo por dentro, haya dejado a la candidata popular Alós compuesta y sin novio.


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Precisamente en una votación que tendría que servir para evitar el transfuguismo y fortalecer el mandato representativo y el vínculo entre electores y elegibles, se antepone el derecho a esconderse sobre la transparencia. ¡Qué gran ayuda a la imagen de la democracia y de las instituciones!

Pero parece que allí la cosa puede arreglarse con la moción de censura planteada, aunque para ello nuestros concejales deberían renunciar a esconderse y mostrar el voto antes de meterlo en el sobre. Yo al menos no voto a mis representantes para que luego me oculten lo que votan, ¿y usted?